En medio de tanto ruido, de tanta cháchara inútil, de tanto insulto, de tanta miseria moral, de tanto pensamiento empobrecido por los tópicos y la pereza intelectual, siempre es estimulante regresar a la lección del filósofo español Antonio Escohotado. Por supuesto, la brevedad del espacio apremia y no es cuestión de demorarse en su diversa y abundante obra. Vayamos al ejemplo, a su actitud ante la vida, a esa filosofía aplicada a la realidad. Lejos de esos malabarismos inanes que a nada conducen. A sus 76 años, Antonio Escohotado sigue estudiando, investigando de manera concienzuda y minuciosa. No sólo escribiendo volúmenes de alto voltaje crítico, sino hincando codos, como si fuese un joven estudiante lleno de entusiasmo. En su muro de Facebook podemos leer lo siguiente: «Dogmatismo es preferir el prejuicio al juicio, la legislación al derecho, lo acostumbrado al libre examen. Toda mi obra ha sido combatirlo».

Hoy, cuando cualquier pelagatos berrea su ignorancia exhibiendo con orgullo palurdo una clamorosa carencia de finura intelectual, la voz grave y pausada de Escohotado nos recoloca, nos hace valorar el trabajo de gran calado, ése que suele realizarse en silencio para luego, años después, dar sus frutos en forma de libros que sirven, a su vez, para que nosotros, eternos alumnos, sigamos leyendo, consultando y estudiando. Gracias al estudio y a la comprensión profunda de lo estudiado, a Escohotado no le duelen prendas ni se le caen los anillos a la hora de rectificar en público, de reconocer que durante muchos años se había dejado llevar por la corriente del momento, por los automatismos que no son más síntomas claros de pereza mental, ese acomodarse en tres o cuatro prejuicios para ir tirando en las conversaciones. El libre examen es fundamental, pues disuelve las costras de los dogmas no sometidos a crítica. Cuando uno entra en una edad provecta, la que tiene sin ir más lejos el propio Escohotado, es fácil dejarse mecer por los recuerdos, anclarse en la memoria y no salir de ella, como si uno hubiera acumulado a lo largo de tantos años el saber suficiente como para, al fin, echarse la siesta de los justos o, lo que es lo mismo, abandonarse a la molicie, abandonar la actividad de la filosofía. Escohotado, en cambio, ha hecho suyo ese «atrévete a saber». Sigue investigando cuando otros hace ya años, y con mucha menos envergadura intelectual, creen haber llegado al culmen de su sabiduría.

Sin embargo, para alguien como Escohotado, la aventura del saber sólo parece tener fin con la muerte del investigador. Sorprenderse a uno mismo por lo descubierto no es asunto destinado solamente al joven entusiasta. Nada tan estimulante para un ser añoso que disfrutar de lo lindo cuando ve cómo se van derribando los tópicos. Una cura de humildad en toda regla. Lo habitual, en estos casos, es que el anciano, al comprobar que lo que ha creído inmutable resulta invalidado, se cabree o se deprima. No es el caso de Escohotado, en la actualidad brillante analista del juego del Madrid, equipo de sus amores. Estudiar, como hace él, tiene que ver con eso, con el hecho de no dar nada por hecho, y valga la redundancia, sin que haya pasado previamente por el análisis y el contraste. El pensador madrileño nos ha mostrado la necesidad de ser insurgentes contra quienes, desde su analfabetismo estruendoso, tratan de imponer sus modos de vida, su manera de ser saludables, su catecismo, en fin, sus dogmas. Por supuesto, Escohotado los manda, no a la mierda, pero sí a estudiar, que es, por otra parte, lo que nos hace falta un poco a todos antes de emitir juicios que no son más que, en muchas ocasiones, prejuicios fosilizados. Esta es la serena lección de Escohotado.