El 1 de octubre pasará a la historia de España como uno de esos días negros, de los que nadie en su sano juicio puede estar orgulloso. Cataluña vivió el domingo un drama social y humano, cuyas heridas costará restañar, como ya se demostró el 6 de octubre de 1934 cuando la región catalana vivió una coyuntura similar. Pero quizás lo más sorprendente de todo lo que viene aconteciendo desde hace años es que la batalla de imagen la van ganando aquellos que asaltan la justicia de una forma descarnada, y los auténticos perdedores son los que están defendiendo la legalidad vigente. La razón va perdiendo frente a la comunicación.

Hay que reconocer que PDeCat, ERC y CUP han sabido construir un relato simple, emocional y difícilmente rebatible por sus opositores: el pueblo catalán tiene derecho a decidir su futuro mediante un proceso tan democrático como es la colocación de urnas y el derecho universal a votar. Enfrente, tenemos a un estado totalitario, que no nos entiende, que nos humilla, que restringe nuestro crecimiento y que se aprovecha de Cataluña. Solos conseguiremos llegar a Ítaca. Es un mensaje que llega al corazón de la mayoría del pueblo catalán, ya que consigue hablar no de independentismo, sino de derecho a votar.

Frente a este mensaje, PP, PSOE y Ciudadanos basan su discurso en la Constitución y en la defensa de la ley. Un mensaje absolutamente racional e incuestionable: el gobierno de Puigdemont ha montado un referéndum ilegal, apoyado por una legislación catalana diseñada ad-hoc y aprobada en una pseudo asamblea universitaria de baja estopa, y diseñado para proclamar inmediatamente un estado independiente al estilo Companys. Todo ello, para tapar las vergüenzas convergentes, sustentado por un partido antisistema y teniendo de rey consorte a ERC, auténtico beneficiario del proceso.

Pero hay un tercer actor en esta nefasta obra teatral montada por unos y continuada por los otros: a los dos les va bien lo ocurrido el domingo. A los defensores de la razón les permite meter en la agenda comunicativa española el claim «unidad nacional y defensa de la Constitución». Es un mensaje que ofrece a quien lo lidere un gran caladero de votos en el resto de España.

A los defensores del procés les permite reforzar su posicionamiento interno e internacional, con el disfraz de mártires que las imágenes transmitidas por los medios y las redes les han proporcionado. Las encuestas previas decían que Junqueras sería el gran pescador en unas inmediatas elecciones catalanas. Pero el escenario va a cambiar. Si todo va como parece, y a la inminente declaración de independencia unilateral liderada por Puigdemont le sucede la aplicación el artículo 155 de la Constitución, los líderes del Gobierno de Cataluña terminarán como Companys (en prisión) y las calles y el liderazgo social lo asumirán los antisistema de la CUP (que se van a encontrar muy cómodos en esta preocupante coyuntura).

El final está dictado: España iniciará un proceso de reforma constitucional que hará avanzar al país hacia un Estado federal, Cataluña (y el resto de comunidades) verán aumentadas sus competencias y reconocidas sus diferencias, los líderes de esta revuelta dejarán paso a otros en un nuevo escenario, muchas ilusiones se quedarán en el camino presas del engaño colectivo sufrido y los líderes políticos españoles defensores del status quo vigente tendrán que construir un relato que consiga emocionar en toda España, incluida Cataluña.

Si la crisis del 29 desencadenó una gran agitación social y generó el caldo de cultivo de liderazgos políticos basados en el populismo más deleznable, la crisis de 2008 está propiciando una explosión social que es aprovechada por líderes con mensajes tan ilusionantes como inalcanzables. Si en el 29 los medios de comunicación emergentes eran la correa de transmisión, hoy en día las redes sociales posibilitan el éxito de los estrategas populacheros, algo que el poder de Madrid no ha sabido entender.

La campaña americana de 2008 marcó un punto de inflexión en la planificación y ejecución de los posteriores procesos de comunicación política, en los que ya es habitual no solamente ver como conviven las estrategias de comunicación on y off line, sino que progresivamente las redes sociales han pasado a ser la pieza clave del marketing político.

Hace una semana, la AfD, la ultraderecha alemana, se convirtió en el tercer partido más votado del país germano, con una campaña digital basada en el on line first dirigida por el mismo equipo que catapultó a Trump en Estados Unidos o a la UKIP en el Reino Unido. Basta poner como excusa a los refugiados sirios, a los vagos europeos, a los inmigrantes ilegales mexicanos... para poder transmitir un mensaje sencillo, emotivo e ilusionante: los alemanes, británicos, americanos? primero. Y la mayoría social desideologizada sigue al flautista de turno.

Contra estos mensajes no valen las razones: no sirve de nada ir a los datos objetivos para demostrar que Cataluña ha tenido una nefasta gestión de sus políticos, no sirve de nada decir que la Unión Europea dejaría a Cataluña fuera de sus fronteras, no sirve de nada decir que todo el proceso atenta contra toda la legislación española y hasta internacional, no sirve de nada afrontar una crisis de comunicación emotiva con una estrategia de comunicación racional.

Unos ofrecen el Ítaca de Lluís Llach, una isla que nunca se alcanza pero que genera un estado de emoción colectiva que une a un pueblo alrededor de una idea. Otros ofrecen el imperio de la ley y lanzan preguntas cuyas respuestas nunca obtienen del contrario. Unos venden el mundo feliz de Huxley, otros son recibidos como opresores. Por todo ello creo que es el momento de la reflexión y sobre todo de la comunicación. Este problema no se resuelve sólo con la razón. Rajoy, Sánchez y Rivera deberán construir un relato que alcance el corazón de Cataluña, un corazón que desde el domingo se desangra y con él, se desangra toda España.