Como siempre, los incendios siempre son noticia cuando se producen. Nuestra sociedad urbanita apenas se acuerda, pero la tarde del miércoles 28 de junio se desataron las llamas sobre el Parque Natural de la Sierra Calderona, en Gátova. La climatología adversa protagonizada por fuertes vientos de poniente de hasta 50km/h junto a humedades relativas inferiores al 30% hicieron imposible la extinción temprana del incendio y al caer la noche los medio aéreos tuvieron que retirarse. El incendio se perpetuó durante toda la semana avanzando sin descanso afectando al término municipal de Gátova, Altura, Soneja y Segorbe. Las altas temperaturas (hasta 3 grados superiores al promedio histórico) junto a un régimen de vientos protagonizado por vientos secos de poniente y repentinos cambios de dirección hacia el fin de semana se lo puso realmente difícil a un dispositivo de extinción que llegó a contar con hasta 600 efectivos, 67 vehículos y 27 medios aéreos. Fue el domingo 2 de julio cuando se consiguió controlar y estabilizar la situación, dejando tras de sí alrededor de 1.300 hectáreas de superficie quemada de las cuales 1.200 hectáreas correspondían a terreno forestal y las restantes a terrenos agrícolas, muchos de ellos abandonados.

El incendio forestal del Parque Natural de la Sierra Calderona trae como consecuencia múltiples problemas socioambientales para los pueblos de la zona afectada y sus gentes, como la pérdida del paisaje y del turismo asociado, la pérdida de fijación de suelo y de regulación hídrica y también una emisión descontrolada de carbono acumulado en la biomasa, el principal sumidero de cabono que tenemos. Pero, ¿cuánto carbono previamente fijado a lo largo de la vida del monte ha sido devuelto a la atmósfera? Dada las graves implicaciones que tiene el CO2 como principal causante del efecto invernadero y el cambio climático, deberíamos conocer la gravedad de un incendio de estas magnitudes.

Durante el incendio forestal ardieron unas 426 ha de bosque maduro de pino y 792 hectáreas de otros ecosistemas de carrasca y matorral, liberando a la atmósfera un total de 362.967 toneladas de CO2, según cálculos de la Universitat Politècnica de València. Para hacernos una idea, esta cantidad de CO2 equivale a las emitidas por la circulación anual de 241.649 coches, representando el 10% del parque automovilístico de la Comunitat Valenciana. Resulta paradójico que mientras las autoridades políticas competentes dan un paso adelante y adoptan medidas de reducción de emisiones de carbono para la lucha activa contra el cambio climático (p.e. eficiencia energética, coches eléctricos, etc.), con el coste económico asociado que acarrean a las arcas públicas, demos dos pasos atrás cuando todas estas toneladas de CO2 se devuelven a la atmósfera en cuestión de horas.

Es por esto por lo que si de verdad queremos apostar por un modelo socioeconómico bajo en carbono y que luche activamente contra el cambio climático debemos priorizar esfuerzos centrándonos en la prevención de los incendios forestales. Hemos de ser conscientes de que cada vez con más frecuencia estamos encontrándonos con una nueva generación de grandes incendios forestales difícilmente asumibles por las fuerzas de extinción y que además suponen un grave riesgo para los bomberos que trabajan en la extinción.

El estado de las masas forestales valencianas es realmente preocupante en cuánto al riesgo de incendio. Se trata de en su mayoría de pinares jóvenes debilitados por el estado de competencia en el que se encuentran como consecuencia de la elevadísma densidad de árboles y la escasez de recursos hídricos, agravada por el proceso de cambio climático en el que estamos inmersos. Esta formación arbórea junto a un vasto estrato de matorral altamente inflamable constituye el caldo de cultivo perfecto para que la más leve negligencia desencadene incendios de las magnitudes que hemos observado durante los dos últimos veranos. Sólo mediante la ordenación y aprovechamiento sostenible de los montes valencianos conseguiremos solucionar el problema que cada verano aparece en nuestro territorio de manera periódica. Conservar el monte es gestionarlo de forma activa, no mirarlo de forma contemplativa desde la ciudad administrativa del 9 de Octubre del cap i casal ni establecer figuras de protección sobre mapas, que no han servido para reducir, sino más para acrecentar el mayor riesgo mediombiental que tenemos en la Comunitat Valenciana, los grandes incendios forestales.