Qué cansino es el poder, qué tozudo, qué impermeable. Me pregunto si alguna vez se volverá sensible a la realidad social, al valor del entorno.

Creía, inocente de mí, que ya había quedado claro que tenemos un planeta que cuidar, que la naturaleza nos lo da todo y, a veces, nos lo reclama con eso que llamamos catástrofes en lugar de pedirle perdón por los excesos. Creía que la huerta era un bien protegido por todos, porque genera la vida, nos ofrece cultura y nos alimenta. Incluso creía que esas convicciones colectivas se habían recogido en un documento (las convicciones si no están en un documento pueden volar, fíjense ustedes), un documento que parece proteger la huerta y que el poder exhibe y esconde según le conviene.

Y creía también que el transporte privado, y todos sus efectos colaterales, están en tela de juicio. Y que las políticas modernas apuntan a evitar la trituración de un territorio maltrecho.

Todo eso creía, confiado, imaginando una perspectiva optimista para la huerta, para sus productos y para sus productores. Pero el poder nunca duerme, no lo olviden, siempre tiene la zarpa levantada. Y ahora propone un nuevo recorte contra los valores de la tierra.

La llamada V21, que es el nombre de la autopista de entrada a València desde Barcelona, se va a ampliar, afectando seriamente a la huerta, costándonos millones de euros y abriendo la puerta al acceso norte del puerto con la entrada de tráfico no deseado a la ciudad. Una carambola que asusta, pero cuyas obras ya están en licitación. Es decir, existe un proyecto aprobado; no es una broma de mal gusto, es la enésima batalla por lo mismo.

Más autovías traerán más tráfico, y más tráfico exigirá más autovías. Una espiral sin fin que ya han entendido países más avanzados, aunque aquí se insiste en el error. Solo se romperá ese círculo desde una iniciativa política diferente, con una nueva visión del territorio; entonces podremos descansar. Mientras, el poder sigue a la suya, y hemos de volver a batallar por lo de siempre.

Eso sí, València se llena de berenjenas y tomates por las calles porque somos la capital de la alimentación, qué ironía. Claro, es que son verduras de cartón, las otras, las de verdad, no saben dónde anidar.