Las ciudades ocupan tan solo el tres por ciento de la superficie terrestre del planeta, pero son el hogar de unos 3 500 millones de personas, más de la mitad de la humanidad. Es decir, la mayoría de la población vive ya en ciudades y este fenómeno va en aumento, sobre todo en los países en desarrollo. Desafortunadamente, muchas todavía no pueden garantizar acceso a alimentos y agua adecuados para todos.

Las ciudades sufren el problema pero son también parte de la solución. Desempeñan un papel clave en la erradicación del hambre y la mejora de la nutrición de sus habitantes, porque pueden y deben encontrar aplicaciones prácticas a las políticas públicas que se establecen a nivel nacional e internacional.

El éxodo rural constante e inexorable las convierte en piezas clave en el avance hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

No es casualidad que, justo hace un año, Valencia fuese elegida anfitriona del encuentro de las más de ciento cincuenta ciudades de todo el mundo que se han adherido al Pacto de Milán sobre Política Alimentaria Urbana, un compromiso destinado a la lucha contra el hambre y el desperdicio de alimentos y a la mejora de la nutrición.

Según este acuerdo, las ciudades seguirán cuatro principios: garantizar alimentos saludables para todos; promover la sostenibilidad en el sistema alimentario; educar a la ciudadanía sobre las dietas saludables, y reducir el desperdicio alimentario.

Desde FAO observamos tendencias mundiales que, en muchos casos, se yuxtaponen en contextos muy diferentes. Mientras el sobrepeso y la obesidad crecen a un ritmo alarmante, especialmente (aunque no solo) en las zonas urbanas de los países de ingresos medios y altos, donde los estilos de vida provocan cambios negativos en la dieta, vemos como aumenta el despilfarro desmesurado de alimentos, entre otras razones porque los clientes urbanos a menudo descartan frutas y verduras que no tienen buen aspecto, incluso si son completamente frescas.

A pesar de este panorama, la seguridad alimentaria y la nutrición a menudo se pasan por alto en la planificación y el desarrollo urbanos.

Alcaldes y representantes de ciudades de todo el mundo se reúnen estos días en Valencia para compartir esfuerzos y experiencias y aprender unas de otras.

La FAO apoya esta iniciativa ayudando a establecer indicadores que permitan medir el progreso del Pacto, con una guía metodológica elaborada en estrecha colaboración con ellas, y como foro común para el intercambio. También apoyamos a los gobiernos locales en el análisis de sus sistemas alimentarios, en la elaboración de sus estrategias, y en la definición de sus prioridades de inversión.

Por eso sabemos que Valencia es un ejemplo en muchos sentidos pero, fundamentalmente, por haber puesto la agricultura y la alimentación en lo más alto de sus prioridades políticas.

Para luchar contra el hambre y la malnutrición, que con frecuencia se hace invisible en ciudades de países desarrollados, la ciudad creó el Consejo Alimentario Municipal y se han estudiado medidas concretas como becas para los comedores escolares. Valencia también ha hecho una apuesta decidida para promover la alimentación saludable y afrontar retos globales como una producción agrícola sostenible.

La revitalización de «l´Horta» -su huerta urbana-, es un ejemplo del tipo de mejoras que necesitamos para conectar los centros urbanos y sus áreas rurales circundantes. Conozco su potencial. Sé que es uno de los primeros cinturones verdes de una ciudad que se conocen, como se aprecia ya en mapas de la época medieval, y todo un ejemplo de sistema agrícola sostenible. Ese es el tipo de dinámicas que queremos promover: importantes sistemas tradicionales de conservación de recursos, control del impacto del cambio climático y provisión de alimentos a las ciudades.

La tradición de la «Tira de contar» -su histórico sistema de venta directa de alimentos por productores locales-, su gran Mercado Central o la recuperación de otros mercados municipales, son otras de las iniciativas que nos demuestran que el ámbito local es un terreno fértil para abonar las ideas de las que brotarán los grandes cambios globales.

Existen numerosas soluciones innovadoras, como el aumento de la agricultura en pequeña escala urbana y periurbana, que permiten producir alimentos que ayudan a diversificar y promover dietas más saludables para las familias que viven en las ciudades.

El ámbito local es el más propicio para avanzar. Es precisamente en ese entorno donde la gente vive, come, utiliza agua y genera residuos domésticos, y estos gestos «de proximidad» solo pueden llevarse a cabo allí.

Por eso es esperanzador ver que muchas otras ciudades también están respondiendo a los desafíos del cambio climático y la rápida urbanización: desde iniciativas para reducir el desperdicio de alimentos a proyectos que transforman los desiertos alimentarios urbanos en centros de producción de productos frescos. Las ciudades se han convertido en laboratorios de innovación para resolver los retos actuales de la alimentación.

Ha llegado el momento de transformar los compromisos internacionales en acciones concretas, y las ciudades, y su entramado de sector privado y de sociedad civil, deben participar en este esfuerzo. Todas, las grandes y las pequeñas, tienen el potencial de cambiar las cosas.