Hace unos días, celebrábamos el trigésimo noveno aniversario de nuestra Constitución, el texto que unió a España y que posibilitó el inicio de una larga etapa democrática que aún se mantiene vigente y que nos ha permitido vivir en paz y en libertad durante todos estos años. Sin embargo, desde hace ya algún tiempo, las críticas a nuestro modelo constitucional se suceden hasta el punto de que no falta quien celebra, año tras año, su aniversario reivindicando la falta de vigencia de nuestro texto constitucional, alegando su falta de adaptación a la realidad española de este momento.

No es mi intención negar la necesidad de una reforma constitucional que nos permita modernizar la estructura del Estado y adaptarla a las necesidades presentes y futuras, pero, al contrario que quienes reivindican esa reforma, considero que esta debe afrontarse desde la perspectiva de dotar a España de una vocación aún más europeísta y de una internacionalización adaptada a la realidad socioeconómica mundial. Pretender una modificación de la Constitución para que posibilite la ruptura del Estado al que da estructura, es una aventura temeraria que denota una importante falta de sentido de la responsabilidad.

En España, hemos vivido un año muy complicado para nuestra estabilidad interior y exterior. El proceso pro-independentista catalán ha generado una imagen, dentro y fuera de nuestras fronteras, poco adecuada para un país que pretende dejar atrás, para siempre, la crisis económica y social más voraz de las últimas décadas. En ese entorno, resulta muy llamativo, curioso y algo triste, que haya sido Bruselas la ciudad que acogiese la última manifestación pro-independentista catalana. Para quienes creemos en Europa, Bruselas es sinónimo de unidad y no de ruptura. Y Europa debe ser la única referencia de futuro válida para España y, por extensión, para la Comunidad Valenciana.

A nadie escapa que las estructuras económicas y sociales están cada vez más globalizadas y que las fronteras han quedado relegadas a un segundo plano, como referentes de una división territorial de poca actualidad en lo que a relaciones internacionales se refiere. Pretender abrir nuevas divisiones políticas en una situación así, resulta de una gran incongruencia y de una falta de adaptación y comprensión de la realidad mundial.

Si a esto unimos la cantidad de información a la que estamos teniendo acceso, según la cual los responsables del procés independentista reconocían el más que previsible fracaso de su proyecto, precisamente por la incapacidad que generaba la independencia para el sostenimiento de las estructuras administrativas y sociales, aún se hace más llamativo que Bruselas acoja una reivindicación de esta índole.

España debe seguir siendo un Estado fuerte que, gracias a su situación estratégica, juegue un importante papel en el ámbito internacional. Esa fuerza pasa tanto por mantener una sólida estructura interior como por reforzar sus relaciones y acuerdos internacionales. La gran oportunidad de España se llama Europa, y la fuerza de esa Unión Europea será siempre uno de los principales valores que tendremos los españoles para reforzar nuestra posición internacional.

Una Constitución tendente a reforzar la división interna, como algunos han venido defendiendo en los últimos meses, no generará una estructura útil para posicionarnos como Estado en el mundo. Nuestra Constitución generó una estructura autonómica que debemos mantener, pero que no es necesario que acabe desembocando en la creación de mini-estados con continuas ansias de crecimiento competencial. Por el contrario, debemos tender a una mayor integración exterior que nos permita ser más competitivos y fuertes en el escenario internacional.

Bruselas significa, y debe seguir significando, unidad, el mismo significado que tiene y debe seguir teniendo España. Y es esa unidad la que debe aportarnos la fuerza necesaria para mantenernos como un Estado competitivo en el entorno mundial. Las aventuras separatistas no harán más que debilitarnos y generar fisuras en nuestras oportunidades. Si tenemos que reformar la Constitución, hagámoslo, pero desde la perspectiva de ser más fuertes y más capaces para enfrentarnos al futuro. Solo así seguiremos siendo un Estado de oportunidades que nos permita, al tiempo, mantener nuestra estructura autonómica y reforzar nuestra posición internacional.