Pobre Donald Trump. Es un incomprendido. En cuanto abre la boca todo el mundo se le echa encima. Un hombre tan cariñoso con su mujer, tan amable con la gente, tan tolerante con los inmigrantes, tan solidario y tan humano no puede ser todo lo que de él dicen. Le tienen envidia y por eso. Pero si Trump es la amabilidad personificada. El mejor presidente en la historia de Estados Unidos.

Ironías aparte, a este señor debían taparle la boca con silicona. Pero una silicona especial que no se pueda despegar. Cada vez que habla, la caga, con perdón. Lo suyo es la ofensa gratuita. A negros e hispanos los trae fritos. Y eso que, según ha confesado, "no soy racista". Racista y xenófobo. Su odio mortal a los inmigrantes hispanos es injusto, sobre todo porque también los hispanos han contribuido a levantar el país del Tío Sam. Habría que saber de dónde le viene esa manía persecutoria, porque la madre de Trump era una inmigrante escocesa y sus abuelos paternos eran inmigrantes alemanes que cambiaron el apellido Drumpf por el de Trump. A lo mejor su abuelo paterno tenía algo turbio que esconder.

No hay "países de mierda" como opina el 45º presidente de los Estados Unidos. Hay países desgraciadamente pobres y países ricos. Estados Unidos es de los últimos. Tampoco es la joya de la corona. Son muchos los indicadores de bienestar que ubican a la superpotencia a la cola de los países ricos e incluso al nivel de países sustancialmente menos desarrollados. Para poner las cifras en perspectiva, la pobreza está creciendo en el país más rico del mundo donde 45 millones de personas viven en el umbral de la pobreza o se han instalado ya en ella.

No se entiende bien que Trump presuma tanto y con la indignidad que le acredita hable de Haití, El Salvador y los países africanos como "países de mierda". No está Estados Unidos, y mucho menos su presidente, para dar lecciones al resto del mundo. Además, este señor de lengua bífida al que tanto gusta desdecirse tras meter la pata una y otra vez, tiene una moral pésima. Es de sobra conocida en EE UU su afición a las faldas.

No solo el cine ha destapado la caja de Pandora del acoso sexual. El día en que se destape la caja de la política puede ser el acabóse para la autoexcluyente clase, especialmente en Estados Unidos. Hasta donde se sabe, en los últimos dos años, más de una docena de mujeres han acusado a Trump de realizar acercamientos sexuales no deseados contra ellas. Bien es verdad que este estado de cosas se remonta a años antes de ingresar en política. Cuando para el magnate este tocar, acariciar y besar a la fuerza formaba parte de su sello personal. Y le importó un bledo estar casado con su tercera mujer, Melania Knauss, por cierto, inmigrante eslovena, a la hora de materializar sus acosos que fueron constantes.

Trump tiene que hacérselo mirar. Preocupa y mucho, dentro y fuera de Estados Unidos su manía persecutoria hacia africanos, hispanos y árabes. Y eso que no es racista. Ni xenófobo.