Leí este periódico el lunes de la semana pasada a las 7 de la mañana y sufrí un sobresalto al enterarme de que la Fundación celebraba el aniversario del asesinato de Manuel Broseta (no necesita el don para nada, como yo no necesito el de Excelentísimo señor don). Aquel nefasto día al enterarme llamé a su primera esposa -a quien quería y respeto mucho, esa sí, señora Dupré- y luego fui a encontrarme en la Facultad de Derecho a Sol Bacharach, lógicamente deshecha. A mí me afectó y soy duro de pelar (creo que he llorado tres veces en 70 años).

Más todavía cuando ella me contó las circunstancias de la noche anterior y su última conversación. Nos habíamos cruzado en el aeropuerto, cuando ellos iban a la Expo de Sevilla y yo a Atenas, y él me dijo: «Tú sí que vas a ser feliz». Porque estaba al tanto de todo? Y se cumplió eso y más.

Cuando ella añadió que el profesor le hablaba de mi, desde su casa a la facultad, y le dejó por el camino, y ese recorrido lo hice yo durante siete largos años, para ir a Agrónomos y al seminario de Historia de la Ciencia, con José María López Piñero, y a veces delante de los grises con Manuel Sanchis Guarner, me quedé mudo, sobrecogido podría ser casi nada.

Y casi mudo estuve en el acto salvo cuando saludé a Bruno Broseta, con quien había estado cuando llegó desde Berkeley y fue a ver el cadáver (no entré por pudor, yo pensaba en Prim y Amadeo de Saboya) y luego en el tradicional recorrido por el claustro, que fue más duro todavía (imagino, mucho más inolvidable para su hijo). Había vivido feliz junto al Pacífico y volvía a su tierra para enterrarle.

Sucedieron cosas antes y después, que no es aquí el sitio para descubrirlas. Pero, aunque yo fui duramente crítico con él, iba un día a la semana a verle y cenar con la familia y siempre respetó mi terreno, jamás se quejó (no era carassero). Tenía un gran sentido del humor y era intensamente feliz y se notaba, como la noche que fuimos a ver y oír a Jeanne Moreau en el Rialto con el monólogo de Hugo von Hofmansthal. Sí, había otras personas y se hablaba de las inmediatas elecciones, y de Harvard y de John Kenneth Galbraith, con quien compartí los días en València, lo que tuvo grandes consecuencias (yo fui a la John Kennedy Library y me trataron de maravilla).

Rematemos y entremos a matar. El acto fue muy previsible, el discurso era de tópicos, ni quien habló le conocía ni sabe de política de aquí o de ningún sitio, era bombo y platillo y propaganda sobre todo anti (lo que sea). Por desgracia, no había ningún intelectual valenciano, ni de derechas ni de izquierdas; València es así, sorda y muda, si lo sabré yo que estuve tres años en el TOP de Franco sin ningún apoyo (salvo Ernest Lluch). Y se elogiaba ahora a quien nos perseguía desde la Asociación Valenciana de la Prensa, y ahora sigue con cargo público y es, en plata, un verdugo. Broseta sabía esto y más y me acogía con mucho cariño (me invitó a su velero dos veces, por si quería ir a Spalmador).

Así que hay mucha desmemoria, demasiado jugar a no mirar de frente, mucha trola interesada, descarada, por eso me parece un acto manqué y sería preciso asumir de forma realista dónde estamos. Los que estaban allí saben a qué juegan. Son profesionales, yo también. Pero son rematadamente hipócritas y sepulcros blanqueados. Que se quiten las caretas.