Alcanzamos hoy, miércoles de ceniza, el inicio del tiempo eclesial de la cuaresma. Una cuaresma que hemos de reconocer que ya no es como la de antaño, cuando su liturgia nos hacía presente la realidad humana de la muerte con estas palabras: "Acuérdate, hombre, que eres polvo y en polvo te has de convertir". Ý nos imponía, para no olvidarlo, el ayuno y la abstinencia de comer carne durante cuarenta días, a no ser que obtuviéramos la correspondiente dispensa mediante la compra de la obligada "bula". La verdad es, que el espíritu de aquella ley era otro, aunque era así literalmente entendido.

Porque ahora es distinto. Ahora ya no es preciso que la Iglesia nos recuerde esta fatídica realidad; pues no hay día que dejen de hacerlo los medios de comunicación con noticias de muertes pacíficas o violentas, por accidente o provocadas. Y con escenas además la TV donde, por menos de nada, vemos que se arrebata una vida o un montón de vidas a la vez. Así que, ya estamos habituado a la idea de la muerte y perdido el verdadero sentido de la vida. Como también perdido el verdadero sentido que con el ayuno y la abstinencia nos quería y quiere transmitir en este tiempo la Iglesia. Sacrificio, austeridad, dominio, desprendimiento y uso razonado de las cosas.

Es por esto que la nueva cuaresma, la surgida del concilio Vaticano II, decidió suprimir la sacra recomendación verbal que acompañaba la ceremonia de la imposición de la ceniza a los fieles en su cabezas, descomponiendo el peinado. Porque ahora ya no rememora la muerte, sino que invita a "convertirse y creer en el Evangelio"; a la vez que, con el signo de la cruz, se impone la ceniza sobre la frente, salvando el peinado. Como se salva también el cumplimiento del ayuno y la abstinencia de comer carne que estuvo a punto de suprimirse por razón de su ineficacia penitencial. Pues hoy día es práctica habitual de mucha gente que cuida su peso, talla y figura; y experimenta a la vez los beneficios que su ejercicio reporta a la salud.

De manera que, en la nueva cuaresma, el ayuno y la abstinencia han quedado como meras figuras simbólicas al no suponer penitencia alguna para nadie, reducida su imposición a solo dos días al año: hoy miércoles de ceniza y el viernes santo. Y en su lugar, los últimos papas recomiendan en este tiempo la práctica de las obras de misericordia. Esas que de peques aprendíamos con el catecismo; en especial, las siete corporales, como son dar alimentos y vestido al necesitado, visitar al enfermo, etc. Pues, como recordaba en su gobierno de la Iglesia el inolvidable San Juan Pablo II citando al profeta Isaías por cuya boca Dios hablaba: "El ayuno que yo quiero es partir el pan con el hambriento y hospedar a los pobres sin techo" (Is. 58,6). Y como hace también el actual y admirable papa Francisco que, en su mensaje para la cuaresma de este año 2018, anima a practicar sobre todo la limosna, "con el deseo de que se convierta en un nuevo estilo de vida del cristiano, ayudando a descubrir que el otro es mi hermano; y nunca lo que yo tengo es solo mío".