Todas las personas que tienen un familiar, un amigo, un conocido que padece o ha sufrido la lacra de la enfermedad del Alzheimer sabe, muy bien, el significado de la palabra olvido. Cuando esas personas dejan de reconocernos, de identificarnos como una parte importante de su vida, sentimos que los lazos que nos unen a ellos comienzan poco a poco a deshacerse. Nuestro nivel de comunicación empieza a resquebrajarse de forma inapelable.

Curiosamente, una idea que está cada vez más presente en la sociedad actual es la que tiene que ver con el derecho al honor, la intimidad o la imagen, aquella que está relacionada con la protección de datos personales. En la sociedad del conocimiento, el derecho al olvido cada vez se impone más como una práctica generalizada. En la aplicación de este concepto se vienen realizando solicitudes de supresión de la información, desindexación o bloqueo de lo que hemos hecho en el transcurso del tiempo.

Pero, ¿hasta qué punto estamos autorizados a borrar toda huella de lo que hemos ido generando a lo largo de nuestra vida? Y lo que es más importante, ¿en qué lugar quedarían entonces la libertad de expresión y de la información? Muchas personas pasan la vida huyendo de algo de su pasado, algo que les preocupa, una situación de la que se avergüenzan, o simplemente, una relación que recuerdan con resentimiento. Las personas debemos ser responsables de nuestros actos, de nuestras decisiones, de nuestros hechos. Y aunque a veces nos resulte incómodo, ese pasado forma parte de nuestra vida, define nuestro presente y marca nuestro futuro.

La Universitat de València se encuentra sumida en un proceso para la elección del próximo rector o rectora. Y uno de los argumentos que más se ha hecho valer en esta campaña es el de la experiencia, el de la capacidad de conocer en profundidad los órganos de gestión de la institución, incluso, el de haber contado con el apoyo de determinados colectivos para ser representantes en determinadas instancias de la Universitat. Sin ser baladí la cuestión, lo cierto es que al mismo tiempo no hemos de perder de vista que eso también significa la adopción de una serie de decisiones que han afectado a numerosos grupos de la Universitat e, incluso, a gran parte de la vida universitaria.

Gestionar la Universitat de Valencia significa dejar huella, de la misma forma que habría sido deseable hacer política universitaria para mejorar la vida de todos los universitarios. Esa herencia no se puede borrar con la idea de reparar lo roto y hacer lo que no se hizo antes. El derecho al olvido no se puede aplicar a nuestra institución. El olvido que manifiestan en su evolución los enfermos de Alzheimer no se elige, es una consecuencia de la maldita enfermedad. El derecho al olvido de las personas sanas puede ser un deseo que no siempre se cumple. Se puede renunciar a aquello que se ha venido construyendo durante años, pero somos dueños de nuestro pasado y, éste, es indeleble. Somos dueños de nuestra historia y, el pasado, no lo podemos olvidar, siempre vuelve.