Una de las grandes aportaciones del feminismo ha sido nombrar y cuantificar las desigualdades de género en el mercado laboral, conscientes de que sin datos no hay visibilidad y sin visibilidad no hay prioridad. El feminismo no ha dejado de denunciar que la subordinación y la discriminación laboral son una realidad para millones de mujeres trabajadoras.

El feminismo nos ha permitido desentrañar las causas de la segregación ocupacional, esas que atan a las mujeres a los empleos menos cualificados y peor pagados, o las que reservan para los varones los puestos de mayor cualificación y retribución.

La masiva incorporación de las mujeres al mercado de trabajo a mediados de los años 80, supuso el cambio más importante del siglo XX, pero también mostró que el ámbito laboral iba a ser especialmente resistente a la igualdad. Entonces, la falta de formación y de experiencia, así como la maternidad, fueron las grandes excusas con las que se justificó la desigualdad laboral de las mujeres. En muy poco tiempo las españolas llenaron las universidades y alcanzaron una de las tasas de natalidad más bajas de la UE, pero las discriminaciones no desaparecieron, simplemente se transformaron. Se prohibieron por ley las discriminaciones directas, pero las discriminaciones indirectas no han dejado de crecer y, aunque son difíciles de detectar por su carácter oculto, son clave para explicar la escasez de mujeres en puestos de decisión, la brecha salarial o el acoso sexual. Las mujeres no se enfrentan a un problema de falta capacidades, sino de falta de igualdad de oportunidades.

Por ello, empezamos a reconocer las mil y una caras de la subordinación laboral femenina y, sobre todo, lo que hoy ya tenemos es la certeza absoluta de que la desigualdad de género no es una cuestión coyuntural sino estructural del mercado de trabajo. Y mientras no se aborde con profundidad un cambio en el modelo asistiremos a una permanente transformación de la desigualdad, a un permanente juego de trileros? solo que ahora ya nos pilla enormemente enfadadas y muy hartas.

Es necesario y urgente revisar y repensar los convenios y los criterios que se utilizan para fijar los salarios y los complementos. Las actividades con salarios más bajos (hostelería, actividades administrativas y otros servicios) son los sectores más feminizados y, al contrario, en las actividades con salarios más altos la presencia de las mujeres no supera el 30 %. En algunos convenios cuentan incluso con categorías diferentes para trabajos similares. La ley de igualdad del año 2007 supuso un avance muy importante, con medidas como los planes de igualdad, fundamentales para detectar las posibles desigualdades en el ámbito de cada empresa. La crisis económica, la desregulación y precarización del mercado laboral y la falta de inversión en políticas de igualdad han anulado el potencial transformador de la ley de igualdad,

Pero la brecha salarial no es una maldición bíblica que tengan que acarrear las mujeres: es posible combatir sus causas. Por eso defendemos el «sí toca, señor Rajoy». Toca mirar a Islandia, primer país que prohíbe por ley la brecha salarial. Por ello el PSOE ha presentado en el Congreso una proposición de ley para la igualdad salarial, en la línea de Islandia, porque la igualdad, por sí sola no llega, para ello. Las empresas tienen que mostrar los salarios y la Administración perseguir y sancionar la discriminación. Y toca ya porque, como decían las sufragistas a principios del siglo XX, «por el camino del poco a poco, se llega al valle del nunca jamás»