Nos están diciendo, por todas partes y desde hace años, que nuestras ciudades deben «verdearse». Debemos aumentar las zonas verdes. Planificar, en definitiva, con rigor y sensatez, bajo los principios de la sostenibilidad ambiental. Pero parece que hay gobiernos municipales en nuestro país que no quieren escuchar. Que todo esto del medio ambiente les suena a cuento chino. Otros, aun siendo sensible por el tema, están paralizados en luchas políticas internas. Resultado: la planificación sostenible del medio urbano camina a paso lento, atrapada entre la inacción y los intereses de unos pocos, nada claros, que prefieren una ciudad con muchas casas y poco verde. Un reciente estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona, ha puesto de manifiesto que la exposición de la infancia a espacios verdes en las ciudades favorece el aumento de las materias gris y blanca del cerebro, mejora la memoria, aumenta la atención en el aula y estimula el descubrimiento de la creatividad y la asunción de riesgos desde edades tempranas como signo de madurez. La biofilia, hipótesis que defiende la existencia de un estrecho vinculo evolutivo del ser humano con la naturaleza, no es tan descabellada como algunos piensan, sino todo lo contrario.

Por tanto, en nuestras manos está poner solución y fomentar este tipo de actuaciones saludables en las ciudades. Sólo supone dedicar unos metros cuadrados de espacio verde en los planos de asignación de usos del suelo de las ciudades. ¿Tan difícil es esto?. Pero sigamos llenando de hormigón y asfalto nuestras casas. Eso de los árboles es una chorrada, dirán algunos. La salud ambiental, pieza básica de las sociedades modernas, sostenibles, inteligentes, es una apuesta irrenunciable de nuestro futuro. Querámoslo o no.