Es un hecho constatado en numerosos estudios nacionales e internacionales que la contribución de una atención primaria (AP) fuerte a los sistemas de salud se asocia con una distribución más equitativa de la salud de las poblaciones. La evidencia de la influencia promotora de la salud de la atención primaria se ha ido acumulando desde que los investigadores pudieron distinguir la atención primaria, de otros aspectos del sistema de prestación de salud. Esta evidencia muestra que la AP ayuda a prevenir enfermedades y muertes (Barbara Starfield). Por todo ello, los médicos de familia pensamos que la mejor estrategia de crónicos se llama atención primaria: pero fuerte y resolutiva.

En España, desde los años 2014-2015 hay un empeoramiento de la situación de los médicos de familia de los Equipos de Atención Primaria (EAP); su número se ha reducido respecto a 2013; siguen creciendo los médicos de familia en los servicios de urgencia hospitalaria, y sobre todo, crecen los especialistas (Juan Simo). El hospitalocentrismo, como forma de organización de un sistema, es caro e insostenible. Bien harían los políticos en cumplir la Ley General de Sanidad (1986) y hacer realidad como eje del sistema sanitario a una AP con financiación y con poder de regulación (Verónica Casado).

Aunque los servicios sanitarios deben su eficacia al trabajo coordinado de médicos de familia y médicos especialistas, creemos necesario incrementar el número de médicos de cabecera y asignar una enfermera de familia a cada cupo inferior de 1600 pacientes, dotándoles de recursos y capacidad de coordinación. De hecho, en los países desarrollados se ha demostrado que a mayor densidad de especialistas mayor mortalidad en la población (Juan Gérvas). Y al contrario, a mayor densidad de generalistas, menor mortalidad. La especialización médica tiene ventajas e inconvenientes, pero en todo caso fragmenta la atención y se producen daños y errores por el uso innecesario y excesivo de los servicios médicos, tecnología y medicamentos (ninguno de ellos inocuo).

Vuelve el profesionalismo, el humanismo médico y sigue vivo el ideal del Renacimiento en medicina, pues necesitamos médicas de familia, muy generalistas, polivalentes, cercanas y resolutivas. El buen médico de familia sabe poco de muchísimo, sabe muchísimo de lo frecuente, convive con la incertidumbre, piensa en la normalidad y atiende a la persona en su conjunto, incluyendo su situación en la cultura, la familia, el contexto, y la sociedad en la que vive. Trabajamos en equipo con pediatras, enfermeras, trabajadoras sociales, auxiliares administrativos, matronas y celadores; entre todos contribuimos al desarrollo de un sistema sanitario que haga la vida del enfermo más humana y más digna.

Estamos ahí, desde el embarazo, tras el nacimiento y hasta la muerte en su domicilio, e incluso después de ella, en el duelo a sus familiares y amigos. Atendemos a pacientes de todas las edades, sin discriminar ni cultural, ni étnica, ni económica, ni sexual, ni por otras causas, sea cual sea su origen (biológico, psicológico y/o social). En AP promovemos el profesionalismo, la ética y los valores, y trabajamos como agentes del paciente dentro del sistema sanitario, y colaboramos con otros profesionales, con los propios pacientes, familiares y la comunidad para transferir la capacidad de resolución de problemas a los propios implicados.

En síntesis, en AP nos creemos el modelo, pero si está bien dotado y financiado con recursos suficientes y adecuados, y con capacidad de coordinación. Ser el eje y la columna del sistema sanitario, bien merece todo el apoyo: no sólo un día, si no todos los días. Las 24 horas al día, 365 días al año.