Los astros se conjuraron en las pasadas elecciones para que hubiera un cambio. La corrupción que campaba en el PP, unido a una dramática crisis, favorecieron el surgir de líderes convertidos en la esperanza para miles de Valencianos.

Mónica Oltra, Joan Baldoví o Joan Ribó, por citar algunos, supieron crearse esa imagen de alternativa que no habían tenido antes. El lenguaje estudiado, la expresión calculada... midieron la comunicación para llegar a los sentimientos de miles de electores que esperaban escuchar un discurso nuevo.

Los anglosajones llaman storytelling al arte de contar una historia que contacta emocionalmente con el auditorio creando una atmósfera mágica. Esta técnica ha sido empleada de forma eficaz por líderes, que han modelado su imagen para presentarse ante los ciudadanos como héroes dispuestos a salvarlos de la corrupción, de la precariedad y del desmantelamiento de los servicios públicos. No fue difícil: se trataba de captar emociones, de conectar con las esperanzas. Los discursos se dirigían antes al corazón -incluso diría que a todas las vísceras en su conjunto- antes que a la razón, buscando una empatía que generase confianza y fidelidad. Surgieron así unos líderes que representaban el bien y la esperanza, frente a los del pasado, que encarnaban el engaño.

El riesgo de usar las emociones para la consecución de objetivos políticos es que el vestido blanco con el que se visten sus impulsores debe permanecer inmaculado en el tiempo, pues es sabido que las manchas se aprecian con mayor facilidad en la ropa clara. ¿Y qué ha ocurrido? Que tras tres años de gobierno tripartito aquel blanco puro no ha resistido las salpicaduras del ejercicio del poder. La ilusión de quienes creyeron en nuevos ídolos corre el riesgo de convertirse en decepción, quedando el apoyo que les dispensaron reducido sólo a los más acérrimos o con carnet de militante.

Hemos pasado del paraíso prometido a enfrentamientos con el sistema judicial a cuenta de las políticas educativas; listas de espera en sanidad; promesas periódicas a las personas dependientes; escándalos constantes en el sistema de protección de menores; retrasos en los pagos; aumento incesante de cargos de confianza; aplazamiento hasta el último curso de legislatura de la aplicación efectiva de la renta de inclusión, la ley de infancia o la propia ley de servicios sociales... Todo ello hace que el discurso del 'unidos haremos una Comunidad idílica' se vaya derrumbando. Y es que la excusa de los corruptos habidos no puede ser utilizada de manera interminable. Quienes gobiernan deben tener presente que todo cuento tiene su «colorín colorado».