Años de tertulia alrededor de la plaza Xúquer, en compañía de buenos amigos nacidos en la hoy devastada Siria. En las proximidades se ubican la Gran Mezquita de Valencia, donde los oriundos de este país constituyen un colectivo importante, y la sede de su propia asociación. Buena compañía, comida exótica y grata conversación en la que aparecen mitos, leyendas y descripciones de paisajes que hacen aflorar en mi mente los cuentos de Las Mil y una Noches.

Pero en los últimos tiempos todo ha cambiado. La pesadumbre se ha ido adueñando de los encuentros al ritmo acompasado de los siete largos años de guerra que soporta el pueblo sirio. Ahora, en las reuniones es frecuente escuchar relatos sobre la desolación. Lamentos de quien tiene desperdigados entre Turquía, Jordania o Líbano a sus familiares, incapaces de reagruparlos por las trabas políticas de Occidente. Palabras de angustia de alguien que no ha podido acudir a su pueblo a enterrar a su madre. Narraciones que describen la desolación y ruina de sus casas y ciudades, atrapadas en un puzle bélico. Mezcla de humillación y rabia al comprobar cómo la ONU, máxima autoridad en Derechos Humanos, ha mirado para otro lado ante los abusos a las mujeres sirias en los campos de refugiados. Desesperanza ante la evidencia de que el mundo es incapaz de poner fin a toda esta barbarie que es contemplada en presente, en directo y día tras día, por los que hoy tomamos un té en Xúquer: Homs, Alepo, Muhammed Najem, de 15 años, retrasmitiendo la devastación de Guta, el cuerpo de Aylan inerte en la playa, la cara del niño Omran tras ser bombardeada su casa, columnas de miles de refugiados rechazados ante las alambradas de las fronteras europeas? Y decepción, mucha decepción al comprobar el olvido de aquellas pancartas en los balcones municipales dando la bienvenida a los refugiados.

En las veladas, la desesperación es ahora la protagonista omnipresente. Se recuerdan los momentos iniciales en los que se atisbaba la esperanza de un nuevo sistema que reemplazase a la dictadura heredada del actual régimen. Entonces los apoyos internacionales se sucedían: en la conferencia de Estambul o París de 2012 se asumía un compromiso casi mundial, pronto aparcado, de defensa de la futura democracia sira. Todo ha quedado en el olvido, traicionando en cierta forma a más de un millón de muertos -una tercera parte niños-, víctimas todos de una felonía cometida con el pueblo sirio, al que se le hizo soñar con un mudo mejor, más justo y libre.