Hace tiempo, cuando yo era joven, asistí a un debate improvisado sobre la influencia del lenguaje en el pensamiento del hablante. Entendemos por lenguaje la capacidad que posee el hombre de comunicarse con los demás a trav de sonidos a los que otorga un significado. Hubo quienes defendieron que era el pensamiento del hablante el que dictaba su uso del lenguaje y también hubo quienes defendieron lo contrario. No se llegó a ninguna conclusión, los que creíamos A seguimos creyendo A, y los que pensaban B siguieron pensando B. El lenguaje es uno de los elementos principales, si no el principal, para el desarrollo de la vida intelectual del hombre. Todo nuestro conocimiento depende de él y es uno de los elementos de unión más importantes que comparten todas las personas que forman parte de una sociedad.

El proceso de deshumanización del otro comienza con el lenguaje. Una vez se acepta socialmente el uso de términos derogatorios para referirnos a una persona o a un grupo de personas perdemos pie y nos precipitamos al vacío. Por eso siempre uno ha de cuadrar los hombros y negarse a aceptar según qué cosas. A veces da miedo, pero debemos ser valientes. Cuando el presidente del Gobierno de España muestra su agradecimiento a la policía marroquí por la «extraordinaria colaboración en defensa de nuestras fronteras» uno podría imaginarse que lo único que hicieron esos policías fue retener a las personas que intentaron saltar la valla de Melilla la semana pasada, pero luego vemos las imágenes de cadáveres de seres humanos hacinados en el suelo y el pie se nos tuerce. Nos llevamos las manos a la cabeza, el espanto nos sacude, ¿cómo se puede permitir algo así? Permitimos algo así porque la socialdemocracia europea ha adoptado temas y enfoques de la derecha radical en todo lo relacionado con la inmigración.

Cuando Margarita Robles declara: «Hay que ser contundentes en inmigración, detrás hay mafias» señala con el sustantivo «inmigración» a un determinado tipo de inmigrante. No son blancos, no son rubios, no tienen los ojos azules. Son negros, son marrones, tienen los ojos oscuros. Sobre todo, son pobres. Isabel Rodríguez recomienda: «Para evitar estas tragedias lo que hay que hacer es combatir a las mafias que trafican con personas». Para «evitar estas tragedias», pienso, lo ideal sería que no se permitiese apalear a otros seres humanos hasta la muerte en estas fronteras nuestras que tanto nos preocupan y que ese día se cruzaron para arrastrar por el suelo a personas que una vez fuera de nuestro territorio fueron tratadas con una indignidad apabullante.

Incluso más apabullante es este giro si uno tiene en cuenta que en 2018 Sánchez (por aquel entonces en la oposición) le reclamaba a Mariano Rajoy que se comprometiera con una política de cooperación y humanitaria digna en la Unión Europea porque había que parar el drama de las muertes en el Mediterráneo. El PSOE por aquel entonces le exigía al Gobierno de España que se comprometiese a atender al Open Arms. Se hablaba de estar a la altura de los valores que Europa representaba. Ojalá saber qué valores son esos, los estuve buscando estos días y no los encontré, solo vi a nuestros representantes y a la prensa refiriéndose a un grupo de seres humanos desesperados como «avalancha», «oleada», «marabunta», «salto masivo», y a la violencia policial como «control de fronteras» o «control del flujo migratorio».

Me acordé del debate ese porque leí a dos personas discutir sobre este tema y una llamó a la otra «buenista». ¡Buenista! Lo usó como si fuese un insulto, como si considerar que todas las vidas humanas son igual de importantes fuese algo ridículo, algo de lo que uno se ha de burlar. La influencia de nuestro pensamiento en el lenguaje que empleamos es evidentemente mucho mayor que a la inversa, por si a alguien se le quedó la duda. Uno escoge sus palabras porque piensa como piensa. Me confieso buenista. Una tiene que ser muy disciplinada para no perder la fe en el prójimo, es cierto, pero pago el precio con gusto porque no me cobro la vida ni la suerte de nadie. El ser humano es buenista por naturaleza. El primer impulso de la mayoría ante el desastre es tender la mano, ver cómo puede ayudar. Lo prefiero a ser una de esas personas que no son racistas, solo muy ordenadas. ¿Ven? Las palabras, otra vez. Las palabras que usamos son importantísimas, siempre.