Greenpeace asegura que con paneles fotovoltaicos y molinetes serranos, con espejos parabólicos como los que uso Arquímedes para quemar las naves enemigas, con la fuente solar y la eólica, tendríamos los valencianos cinco veces más energía de la que podemos gastar y podemos gastar mucha (mi sobrino Mario Piera diseñó una camiseta fallera con la leyenda: Peligro: petard@ ). Lo curioso es que la afirmación se basa en un informe de un instituto (que también consultan las hidroeléctricas) de la Universidad Pontificia de Comillas que yo creía que sólo traficaba con altas energías como las que mueven a los ángeles y otros entes de luz (y sonido: el ángel de la Anunciación).

Así pues, el retorno de la energía nuclear no es inevitable como yo mismo escribí, llevado por el sentimiento de fatalidad (y por un artículo de James Lovelock). Si los paneles solares nos parecen cosa de jipis y herbívoros, si la chimenea solar aún nos suena a ocurrencia de Cousteau, si la energía geotérmica la asociamos con la hirsuta y álgida Islandia, pero no con la ya muy apaciguada Iberia, si todo eso se nos antoja poco para mover locomotoras y trenes de laminado no es porque estas energías sean flojas (véase el Katrina) sino porque funcionan como la sonrisa y el sexo que se ensanchan más cuanto más se usan (o al revés).

El malentendido, procede de un sobreentendido: las nucleares no consumen petróleo, pero tardan mucho en hacerse, duran poco y necesitan volúmenes ingentes de hidrocarburos para el transporte del material, la construcción y el beneficio de las menas de uranio. Y aún no sabemos que hacer con los residuos de elevada actividad. Además se acaba el uranio barato. Cuando era un niño, los PP Salesianos tenían en la colección Ardilla una novelita titulada Uranio en el Montseny que iba de espías. Sin embargo el uranio español es muy pobre y sale caro. Como el del Monseny es, además, catalán no creo que Endesa se anime a comprarlo.

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