«Uno de los principales problemas se puede ver en la educación que se imparte en los colegios», reflexiona Toni, joven vecino de la comarca: «Yo cuando fui al instituto sólo hice una pequeña excursión a un centro de planificación familiar en el que te explicaban cuatro cosas muy básicas y todas desde el punto de vista hetero. La educación sexual en los pueblos es nula».

Aunque en las escuelas se impartan valores de amistad y respeto, es difícil para un niño o adolescente abordar cuestiones de identidad sexual. «Son momentos en los que estás descolocado y puedes llegar a pensar que el mundo está loco pero que necesitas adaptarte a él en vez de aceptar que puedes ser uno más. Al final no es que yo sea especial y la persona hetero, normal. Estamos hablando de gustos y es muy ilógico que se llegue a odiar a personas por eso. Al final es como cuando antiguamente a una persona zurda se le intentaba reconducir para que fuera diestra, lo otro estaba mal; con la homosexualidad ocurre un poco lo mismo», argumenta Eva, vecina también de la comarca.

Cullera como referente

Falta educación, desde pequeños, en diversidad. No hace falta remontarse muchos años atrás para ver casos en los que, por ejemplo, se acosaba a un niño que no tenía interés por jugar a fútbol o que, como se dice vulgarmente, tenía «pluma». A fin de cuentas, a día de hoy, se siguen empleando palabras como «maricón» como si de un insulto se tratase.

Otro de los problemas que todavía encuentran las personas de los pueblos englobadas dentro del colectivo LGTBI es, precisamente, las dificultades para establecer relaciones entre ellos. Internet ayuda bastante, pero a la hora de encontrar asociaciones o simplemente intentar ligar en un bar, siempre se encuentran más facilidades en las grandes ciudades, donde la densidad de población es más elevada.

Es por eso que actos como el organizado el viernes en Cullera cobran mucho sentido, ya que permiten crear esa cohesión al mismo tiempo que se visibiliza un colectivo que todavía en los núcleos poblacionales más pequeños está mal visto y sobre todo en una época en la que la derecha más extrema gana protagonismo. «El año pasado fuimos pioneros en celebrar una gran manifestación por el día del orgullo porque creíamos que era importante darle visibilidad y normalizarlo en los municipios de la Ribera», explicó la concejala de Igualdad, Marta Tur, que añadió: «Ahora sería muy interesante que otras localidades se sumen, porque es un acto que se puede celebrar tanto en grandes ciudades como en pueblos pequeños. La comarca necesita que entre todos hagamos fuerza para que, de un vez por todas, se entienda que nadie tiene que pedir perdón por amar a quien quiere». La edil subrayó, además, la importancia de que, como ocurre en Cullera, se sumen todo tipo de asociaciones locales a una iniciativa que lo que busca es cohesionar a la sociedad.

«Le has matado del disgusto»

Los más jóvenes reconocen que hoy en día es mucho más sencillo hablar abiertamente sobre sus gustos o identidades sexuales, aunque hubo una época en la que no lo fue tanto. Aquellos que nacen en pueblos pequeños son conscientes de que todo el mundo se conoce y que es muy fácil ser el centro de algunas conversaciones: «El hijo de Mari Carmen es gay» o «La niña de Juan va por ahí con otra chica». La privacidad es prácticamente nula.

No obstante, el hecho de sentirse señalado es muy duro. El caso de Roberto (nombre ficticio) es paradigmático. Ya sobrepasa los 70 años y desde siempre tuvo clara su orientación sexual: él prefería a los hombres. Eso le valió muchos reproches de sus vecinos de una pequeña localidad de la comarca. Algunos, incluso, llegaron a culparle de la muerte de su padre. «Le has matado del disgusto». Sólo cinco palabras, pero capaces de arruinarle la vida a cualquiera. Harto del tratamiento vejatorio que recibía, se fue a Estados Unidos, donde en la actualidad vive felizmente con su pareja. Como él, otros muchos decidieron abandonar una comarca que no quería entenderles para poder amar en libertad.