Rafael Prats Rivelles

Miguel Ángel Moya (Valencia, 1970) practica. en sus cuadros, decididamente realistas, una heterodoxia que no renuncia a la permanente presencia matérica, algo que puede recordar las pintura de Antoni Tàpies, por ejemplo. La cosa, dicha así, puede parecer contradictoria y, sin embargo, nada más lejos de la realidad. Lo heterodoxo en nuestros días no es, ni mucho menos, realizar digamos video instalaciones. No, en la actualidad, la definición heterodoxa para un creador plástico empieza por pintar cuadros y se redondea con los resultados realistas. ¡Ahí te han dado! Seguir los dictados de la moda no significa ser una persona avanzada, más bien todo lo contrario. La personalidad del individuo se manifiesta en su actitud de caminar contracorriente. De ahí la importancia de la singularidad de la inmensa minoría frente a la vulgaridad de la inmensa mayoría. Con lo cual queda poco menos que demostrada la ramplonería de la mayoría absoluta. La bondad de la división de poderes se aprecia en este orden de cosas con la presencia enriquecedora de pluralidad de tendencias y procedimientos. Una pluralidad hasta ahora insólita en la historia del arte, en la que cada capítulo se manifiesta con clara homogeneidad.

No obstante, para la mayoría, este tesoro del que podemos disfrutar en nuestros días supone una situación caótica porque no lo alcanzan a comprender. El hecho de estar desplazado, a causa de las propias carencias, no justifica la negación de una realidad artística rica en resultados y amplia en horizonte. El pintor Miguel Ángel Moya, en el que se da también una formación musical, de la cual sabe sacar partido a la hora de pintar, presenta ahora, y hasta el próximo día 5, en la Galería Santiago Echeberría (Castelló, 120, Madrid) una individual de su obra. En el catálogo, editado con motivo de la muestra, escriben el arquitecto Ángel Martínez, el músico Rafael Terol y el alquimista Miguel Ángel Moya. Sus textos se refieren a cada una de las partes en que temáticamente se divide la exposición.. Un servidor de ustedes/vosotros ha pergeñado, como crítico de arte, una introducción general. En esa introducción he dejado escrito, entre otras cosas, que Aaron Copland, el compositor norteamericano, en su libro Cómo escuchar música, contempla tres aspectos: primero, medio de relajación o evasión; segundo, transmisión plural, polisémica, cada cual hace su propia lectura; y, finalmente, Copland censura al hombre de la calle porque solamente escucha la melodía en las composiciones y no hay que quedarse en esto solamente, pues se pierde buena parte del trabajo musical. ¿No creéis que estas observaciones las podemos extrapolar a la plástica?