Si non è vero, è ben trovato que en cierta ocasión el Papa Juan XXIII afirmó que la convocatoria del Concilio Vaticano II „el mayor acontecimiento de la Iglesia contemporánea y cuyo aniversario de inicio, el 11 de octubre de 1962, se acaba de conmemorar„, se le había ocurrido mientras se afeitaba una mañana de enero de 1959.

Pero aquella supuesta afirmación del hoy Beato Giuseppe Roncalli ha sido utilizada derecha y torcidamente: por un lado, podía ser expresión del carácter de un hombre sencillo y humilde; por el contrario, según postura del tradicionalismo católico, era la prueba de que un espíritu simple había tenido una ocurrencia, un accidente del que se ha derivado la mayor confusión eclesial conocida en la historia de la Iglesia. Agrega el tradicionalismo que un concilio sirve para clarificar las cosas, pero que en el mismo nacimiento de la idea del Vaticano II, tal vez con una navaja de afeitar en la mano, subyace el caos posterior, al tratarse de la convocatoria de un concilio que no pretendía ser dogmático (aprobación de dogmas y de condenas), sino pastoral, de aggiornamiento de la Iglesia ante los tiempos nuevos.

Sin embargo los datos históricos disponibles no permiten afirmar ni la simplicidad de Juan XXIII, ni la gestación de su idea conciliar como efecto de un pronto imaginativo.

Es necesario retroceder al 20 de septiembre de 1870, fecha en la que los ejércitos piamonteses de Vittorio Emmanuele tomaron la ciudad de Roma camino de la unificación de Italia. Justo un mes después, el Papa Pío IX suspendía los trabajos del Concilio Vaticano I, iniciado en 1869 y que permanecería ya inconcluso para la eternidad. Desde entonces, y durante décadas, en la curia romana se conjeturaba que algún día habría que rematar el Vaticano I. De hecho, Pío XI lo había considerado en 1922 y Pio XII en 1948.

Juan XXIII, elegido Papa el 28 de octubre de 1958, tenía noticia de aquellos movimientos, y según su biógrafo, Peter Hebblethwaite (en su minuciosa obra Juan XIII. El Papa del Concilio), ya desde los comienzos de su pontificado consideró la idea de convocar un concilio; incluso los cardenales Ruffini y Ottaviani «pretendían haberle sugerido anteriormente la idea durante el cónclave en el que Roncalli fue elegido. Según el referido biógrafo, el propio secretario del nuevo Papa, Loris Capovilla, «insiste en que la primera mención de la necesidad de un concilio se hizo el 30 de octubre, justo dos días después de su elección». Y «la primera mención documentada es del siguiente 2 de noviembre», cuando después de una entrevista con el cardenal Ruffini, el Papa registra en sus papeles que ha hablado de esa posibilidad con el purpurado y, a la vez, le dice a Capovilla: «Habrá un concilio».

A partir de esas fechas, Roncalli realiza consultas discretas con unas pocas personas. A la vez, examina cuidadosamente su conciencia para «no engañarse», y utiliza para ello las reglas de discernimiento de San Ignacio de Loyola. Al final, anota en su diario: «Uno debe aceptar las buenas inspiraciones que vienen del Señor, sencilla y confiadamente». En consecuencia, «el concilio no fue un hecho accidental al pontificado», certifica Hebblethwaite.

Pero ¿qué concilio? Ruffini y Ottaviani habían elaborado un informe sobre el particular para Pío XII. El programa consistía, primero, en definir doctrina y clarificar errores de la filosofía, la teología, la moral y la cuestión social. Segundo: confrontar los problemas del comunismo y examinar métodos utilizables ante otra futura guerra posible. Tercero: reformar el Código de Derecho Canónico. Cuarto: definir el dogma de la Asunción de María. Etcétera. Pero pese a dicho programa, Juan XXIII comunica finalmente al Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Tardini, que el concilio se denominaría Vaticano II y no sería la continuación del Vaticano I.

Desde 1870 hasta entonces muchas cosas habían cambiado oficiosamente en la Iglesia. Baste el ejemplo de lo que el hoy Papa Benedicto XVI „que sería perito del Vaticano II„, pensaba en aquella época preconciliar. Ratzinger era para algunos un reformador liberal arriesgado, especialmente porque su modo de hacer teología no era la del tomismo dominante; o porque acudía a las fuentes de la Iglesia, la Biblia y la Patrística, especialmente a San Agustín; o porque creía en la colegialidad de la Iglesia (colaboración directa de todos los obispos con el Papa); o porque aspiraba a la unidad de los cristianos (ecumenismo); o porque desconfiaba de los oropeles y del triunfalismo eclesial del pasado.

Tal iba a ser el espíritu del Vaticano II, concordante con la idea de Juan XXIII. El día que Roncalli le comunicó a Tardini sus intenciones fue el 20 de enero de 1959, cinco días antes de dar la noticia al mundo ante los cardenales reunidos en la basílica de San Pablo Extramuros. Según Hebblethwaite, «la fecha real de la decisión pudo haber sido la noche del ocho de enero de 1959», ya que al día siguiente Roncalli le dijo a su viejo amigo Giovanni Rossi: «Tiene que prometerme secreto, porque la noche pasada he tenido la gran idea de reunir un concilio». ¿Se afeitaba Juan XXIII por las noches?