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Un tren a otro mundo

Un trayecto en el histórico convoy de lujo realza los contrastes que vive el pasajero en esta experiencia anacrónica

Cama de una suite superior del tren y uno de los salones para la lectura o la conversación. Levante-EMV

El tren se llama Al Ándalus y su nombre histórico en memoria de aquella España musulmana tan olvidada bien indica que éste es un viaje de otra época punteado de contrastes. No sólo es que el espíritu belle époque decore sus vagones restaurados de los felices años veinte en un ambiente de lujo y confort que choca con el empobrecimiento material y el espíritu alicaído de la crisis que asoma tras las ventanillas del convoy en estos tristes años diez. El aroma de contracorriente que impregna este viaje del Al Ándalus por tierras andaluzas alcanza muchas otras dimensiones hasta convertir en divertidamente anacrónica esta aventura ferroviaria de otra época.

Porque la cultura actual del low cost se somete aquí al precio de lujo: 600 euros por noche y persona de precio medio; unos 3.000 euros por el viaje completo de seis días y cinco noches que transita por Sevilla, Cádiz, Jerez, Ronda, Granada, Linares, Baeza, Úbeda y Córdoba. Más contrastes: la ansiada alta velocidad ferroviaria obsesionada por la puntualidad en este mundo apresurado se rinde en el Al Ándalus ante el gusto por la demora y el sosiego. La estética moderna y tecnófila de pantallas y artilugios táctiles del siglo XXI cede su cetro al gusto por lo vintage y el regocijo en la decoración del siglo XX más artesanal y coqueto: nobles maderas rojizas, moqueta color beige, cortinas rayadas, remates dorados en patas, puertas, mesas y rieles, o estampados florales en sofás y sillones. La música enlatada en formato mp3 se sustituye en el coche-piano del tren por la música en directo de la joven Raquel Pelayo, que toca un teclado gris marca Kentro y canta jazz de los años veinte a cuarenta, bossa nova relajante o entona los compases de la popular Bésame mucho.

Pero hay todavía más contrastes, tan extemporáneos como los viejos y herrumbrosos raíles ferroviarios en la era del avión. Por ejemplo, la contraposición entre el deseo de amplias habitaciones de hotel suplidas aquí por las evocadoras y a veces ciertamente incómodas estrecheces de los compartimentos privados en los coches-cama. O como el choque que entierra la moda por visitar países lejanos y lugares exóticos cuanto más lejos habita el santo mayor parece el milagro y entroniza a bordo de un tren la añeja pulsión de descubrir el paisaje más próximo y los placeres más sencillos: un aceite y un vino del terreno, una línea de horizonte que fluctúa delicadamente como el gráfico de un sólido valor bursátil, una espartana puesta de sol paladeada desde la cama.

Estas oposiciones anacrónicas hacen del Al Ándalus y sus hermanos el Transcantábrico y el Expreso de la Robla que recorren el norte de España un viaje diferente. Repiten sus voceros datos asombrosos: que cinco de sus quince vagones fueron construidos entre 1926 y 1929 en Francia y transportaron a la realeza británica en sus desplazamientos vacacionales entre Calais y la Costa Azul; que es el tren en funcionamiento más largo de España con sus 406 metros; que hace un par de años fue declarado el tren más lujoso del mundo; que tiene capacidad para 64 pasajeros.

La frialdad de los datos va acompañada de la calidez que reina a bordo. Dicen que es tal la sintonía entre el pasaje y la tripulación en estos viajes de convivencia intensa a lo Gran Hermano que la mayor parte de las despedidas acaban bañadas de lágrimas. Otras veces, tanta proximidad acaba en amor. Le ocurrió a Mercedes Alende, jefa de camareros del Al Ándalus. Hace nueve años montó al tren un camarero-literista. Se llamaba Melquiades y la historia fue precisamente de novela aunque sin tantos años soledad. Mercedes era la jefa, Melquiades el trabajador. Se enamoraron, empezaron una relación a bordo y ahora están casados. «Soy la jefa en el tren y en casa», bromea esta ovetense de 47 años.

El truco para no caerse

Mientras el camarero Jesús Martín desfila por el tren en marcha sirviendo champagne Veuve Pelletier & Fils en las copas de los pasajeros «el secreto para no caerse por el traqueteo está en abrir las piernas y colocarlas en "V"», aconseja el paisaje andaluz va desfilando por la ventanilla. Después de la periferia feúcha y cementosa que rodea a la estación de Sevilla-Santa Justa, empiezan a asomar olivos, naranjos, palmeras, higos chumbos, campos de hierba para pasto con vacas y caballos alrededor o los cipreses del cementerio de Utrera.

Al tiempo que algún viajero cae en el tópico inevitable de mentar el Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie pensándolo bien, tanto lujo debería castigarse de un modo similar una visita furtiva a las habitaciones permite ver las camas, que de día se transforman en sofá, y los baños particulares de cada compartimento. Sobre la cama de cuerpo y medio de una suite superior, un vistazo a la carta del minibar echa para atrás a cualquier mentalidad de pobre: un sándwich vegetal 10 euros, un café 2,50, un vaso de whisky Cardhu 12 euros.

Aparte de las visitas a los monumentos y las ciudades que se realizan cada día y los ágapes opíparos que se degustan a bordo y en restaurantes exquisitos incluidos en el precio la auténtica experiencia es vivir seis días en un tren, despertarse en un camarote de tren con la campanilla matutina y los primeros rayos del sol y sentirse en otro mundo.

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