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Francisco Sanz Baldoví

El ventrílocuo que fascinó al mundo

El polifacético artista de Anna cultivó todo tipo de géneros y llenó los más selectos teatros españoles - En el Museu de Titelles de Albaida se exhiben cuatro de sus celébres personajes, minuciosamente restaurados

El corazón de Francisco Sanz Baldoví se detuvo el mismo año en el que España perdió la risa. Con su marcha, en 1939, no solo enmudeció para siempre una colección de autómatas con prestigio de celebridad, como el charlatán don Liborio, la señorita Delirio o el inocente niño Juanito, sino que también se apagó, en plena época dorada, un género que no casaba con la noche franquista y en cuya transformación el genio nacido en Anna había sido juez y parte. El aniversario de la muerte del infatigable artista que surcó los escenarios de medio mundo con el plácet de crítica y público transcurre prácticamente desapercibido, pese a todo, cuando se cumplen 75 años desde que una afección cerebral acabó con su vida.

En su pueblo natal, una placa y una calle en el lugar donde nació, en 1872, recuerdan a Sanz desde hace 42 años. Los mecánicos muñecos de uno de los mejores ventrílocuos de la historia permanecen custodiados con extraordinario celo en un viejo caserón familiar de Anna. Todos salvo cuatro, que descansan en las vitrinas del Museu Internacional de Titelles de Albaida (MITA) después de ser minuciosamente restaurados hace cuatro años por profesionales de la compañía Bambalina Teatre, asesorados por la Universidad de Bellas Artes de Valencia. Jaume Policarpo narra con sorpresa el perfecto estado de conservación que revestían los autómatas cuando la familia Sanz los donó.

Tras zambullirse en las entrañas de los muñecos, los restauradores quedaron perplejos por la complejidad de los sofisticados mecanismos de las figuras, que únicamente registraban ligeras oxidaciones, lógicas teniendo en cuenta que las creaciones llevaban desde la década de 1930 sin interactuar en ningún escenario.

Los trabajos se prolongaron durante año y medio. «Las piezas son muy sólidas y resistentes, a prueba de bombas, una muestra de que Sanz las cuidaba con mucho celo. Estaban hechas para durar mucho», resume Jaume Policarpo, miembro de Bambalina, fascinado por el universo que articuló el maestro a comienzos del siglo XX. Los desperfectos en las cabezas y las manos fueron los trabajos más delicados, pero una vez sanadas las heridas superficiales que presentaban, don Liborio, Eduvigis, Cotufillo y Pepito volvieron a nacer. Siete décadas después, pueden ser contemplados en todo su esplendor en el histórico Palau dels Marquesos de Albaida, donde de nuevo son objeto de las miradas curiosas y del gozo del público.

Un avanzado a su tiempo

«¿Son hombres o muñecos?». Los carteles de la época que anunciaban los espectáculos de Sanz y su fabulosa compañía «de artistas mecánicos» dan cuenta del carácter humanizado de sus obras, tanto en cuanto a los gestos como a su tamaño. «Mediante la combinación de mecanismos simples conseguía efectos muy sofisticados».

El actor y director teatral define a Sanz Baldoví como «un avanzado a su tiempo, un pionero». El ventrílocuo empleaba un mecanismo que funcionaba de forma muy similar a la técnica utilizada por los trompetistas para accionar los pistones de sus instrumentos. «Su campo de movilidad para que los muñecos interactuaran y movieran la cabeza, las pestañas o las manos se limitaba a los cinco dedos de la mano, lo que hacía muy complejo el proceso, aunque con un resultado espectacular».

Desde el Museu de Titelles ensalzan la «importancia histórica de las piezas» y elogian la labor de conservación seguida por la nuera del artista, gracias a su «amor incondicional» al legado. Cuidadosamente almacenados en baúles, los muñecos son rociados regularmente con naftalina y reciben otros tratamientos antienvejecimiento.

Pero Francisco Sanz no solo fue reconocido internacionalmente por sus virtuosas creaciones. El ventrílocuo marcaba la diferencia porque, más allá de los chistes que, puestos en boca de sus personajes, desataban la hilaridad de la multitud que asistía a los espectáculos, también eran comunes los comentarios sobre la actualidad política y parlamentaria. En las críticas publicadas por la prensa de la época, Sanz Baldoví es elevado a los altares del género de las variedades gracias a una puesta en escena cuidada al milímetro y a un espíritu profundamente renovador, que pronto generó un reguero de imitadores.

Antes de marcar un punto de inflexión en la ventriloquia, el artista de Anna exploró con éxito otros campos que también llevó a los escenarios de los teatros más populares de Madrid. En su faceta de virtuoso guitarrista, fue uno de los aprendices más aventajados del inigualable Francisco Tárrega. Como actor lírico, figuró durante años en el plantel del Teatro Ruzafa.

Tampoco el mundo del séptimo arte se le resistió. El docudrama que filmó junto a Maximiliano Thous en 1918 constituye toda una joya cinematográfica. En 1995, gracias a una donación de sus familiares, el Instituto Valenciano de las Artes Cinematográficas(IVAC) recuperó la cinta y, con ella, la memoria de Sanz, que devino en todo un ícono para los aficionados.

En El secreto de su arte, el artista desentraña los mecanismos técnicos que dan vida a sus muñecos y protagoniza una pequeña historia junto a su personaje más célebre, el pícaro don Liborio, que posteriormente aparecería como extra en el último largometraje de Luis García Berlanga, París-Tombuctú.

De la miseria al éxito

Como casi todo artista que se precie, el ventrílocuo comenzó su andadura desde muy abajo. No en vano, procedía de una familia humilde y en sus inicios en la música apenas ganaba para comprarse cuerdas.

Como recoge Ignacio Ramos en El mejor ventrílocuo del mundo, quien terminó triunfando por encima de todos sus contemporáneos no tuvo del todo claro que su futuro iría aparejado al transformismo hasta que, tras una actuación, se topó con un artista que, imitando sonidos de animales en los escenarios, ganaba cuatro veces más que él.

La consagración llegó en 1906. Tras su paso por el Circo Alegría, llenó en reiteradas ocasiones los teatros más selectos de Madrid, primero el Coliseo Imperial, luego el Martín. El salto a la fama internacional vendría de la mano del empresario William Parish. Su apuesta por Sanz permitió al polifacético artista emprender giras incansables que le llevaron a recalar en escenarios europeos y en los de las principales capitales iberoamericanas.

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