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Investigación

Las tres revoluciones de las madres en solitario

Una investigación de la socióloga Andrea Hernández recoge el testimonio de 42 madres que crían hijos sin pareja desafiando las estructuras del patriarcado, el capitalismo y el sistema de bienestar

Las tres revoluciones de las madres en solitario

Cuando usted vea a una madre sola criando a sus hijos, no le tenga conmiseración ni piense «pobrecita». Son luchadoras natas y no les gusta la pena ni la compasión. Piense, más bien, que con el hecho voluntario o sobrevenido de formar una familia sin una pareja al lado, esa mujer ha desafiado al patriarcado, al capitalismo y a los sistemas de bienestar. Aunque haya sido a su pesar. Y que esa triple transgresión, lejos de salirle gratis, le ha acarreado un fuerte peaje en términos de estigmatización, invisibilización y exclusión social.

Así lo desgrana la socióloga valenciana Andrea Hernández Monleón en una reveladora tesis doctoral defendida en la Universitat de València bajo el título «Ni solas, ni en solitario. Condiciones de vida, solidaridad informal y cuidados en la monomarentalidad». Son casi 500 páginas de estudio que incluyen el testimonio de 42 mujeres «monomarentales» residentes en Valencia y su área metropolitana.

Una realidad plural. Monomarental: es un neologismo que la autora defiende para aludir a las familias sin figura paterna. Madres solteras por elección, ya sea mediante técnicas de reproducción asistida, adopción o acogimiento familiar. Madres separadas o divorciadas, con custodia exclusiva o compartida, y a veces con la lacra de la violencia machista de fondo. Madres viudas que siguen adelante con sus hijos. Madres solteras que han decidido seguir con el embarazo y la crianza aunque el progenitor se desentendiera de su hijo. Madres que se han visto obligadas a estar lejos de su pareja: por una hospitalización de larga duración, por un encarcelamiento, por una deportación, por una emigración por dinero, por un cambio de residencia por trabajo.

Todas estas formas de maternidad tienen en común la transgresión al sistema patriarcal capitalista. El efecto bola de nieve de los divorcios, de las inseminaciones y de las emigraciones ha aumentado el número de mujeres que desligan la experiencia de la maternidad a la existencia o el mantenimiento de una pareja.

Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, de los 18,3 millones de hogares existentes en España hay casi 1,9 millones de hogares monoparentales. Son 1.541.7000 hogares integrados por una madre y sus hijos frente a 355.700 en los que es el padre quien vive con los descendientes. En la Comunitat Valenciana el total de hogares monoparentales asciende a 201.000. El año pasado fue el tipo de hogar que más creció.

Estas mujeres, señala Andrea Hernández tras su larga investigación, «cuestionan el rol de la buena esposa y de la buena mujer, así como los mandatos derivados del amor romántico patriarcal en el que han sido en gran medida socializadas, creando sus familias más allá de la pareja y mostrando que no existe ninguna necesidad de contar con la figura del ´hombre-padre´ para poder llevar a cabo un proyecto familiar satisfactorio para ellas y para los hijos». En segundo lugar, las madres sin pareja ponen en entredicho la viabilidad del sistema capitalista al hacer visible lo invisible y evidenciar la imposible conciliación de tiempos, necesidades y lógicas entre los trabajos mercantiles y los trabajos de cuidados.

Clar i ras: sus casos demuestran que el sistema sólo es sostenible «gracias al trabajo invisibilizado de las mujeres en el ámbito reproductivo y de los cuidados». La falta de ayudas evidencia, según la autora, «la ineficacia de unos sistemas de bienestar diseñados y orientados en base a un único modelo familiar».

Estigma y exclusión. El precio pagado por las familias monomarentales es alto. Quedan estigmatizadas las madres y los niños. Excepto a las viudas o a las abandonadas, describe Andrea Hernández, a estas madres «las señalan como malas madres y como mujeres egoístas por decidir llevar a cabo su proyecto familiar sin la presencia de un hombre, y por lo tanto de un ´padre´, o bien por romper la ´unidad familiar´ a pesar de que la relación pudiera no haber sido satisfactoria para ellas».

A los hijos de estas familias se los etiqueta muchas veces como malos estudiantes, con un alto riesgo de conductas peligrosas o delictivas, o con mayor propensión a problemas psicológicos y de comportamiento. Hay investigaciones cuyos resultados apoyan esta imagen. Sin embargo, incide la autora de la tesis, dichos estudios no tienen en cuenta «otras variables socioeconómicas que se muestran mucho más relevantes que la estructura familiar per se tal y como se ha podido comprobar en esta investigación».

Según el informe de Save the Children «Más solas que nunca», el riesgo de exclusión social de las familias monomarentales se situó en el 53,3% para el año 2014 mediante el indicador AROPE43.

El colchón. Ante la precariedad constada y denunciada en esta radiografía, la autora explora cómo se defienden las madres sin pareja. Y es tan sencillo como crudo y esperado: las madres de las mujeres son la clave, el colchón que ayuda a paliar el abandono y la ineficacia de los sistemas de bienestar. Andrea Hernández precisa, y de ahí el título combativo de su tesis, que «ni están solas, ni llevan a cabo estas tareas en solitario. Las mujeres monomarentales acuden a su red informal de familia y amigos para protegerse de la precariedad y la exclusión social».

¿Es justo? La respuesta es evidente: no. Considera la ya doctora en Sociología que es urgente replantear la perspectiva que impregna las políticas públicas en general y las familiares en particular. Pero no sólo por estas mujeres. Ellas sólo han sido la punta de un iceberg llamado desigualdad de género. El caso de las madres monomarentales „extremo„ pone en evidencia las contradicciones que atraviesan nuestra sociedad. Ésa es la lectura profunda que realiza Andrea Hernández: «La dimensión de los cuidados, alejada de la lógica de la acumulación que sigue el mercado y el capital, ha sido invisibilizada por un sistema que obtenía grandes beneficios a costa de este proceso y que ha conllevado la explotación de las mujeres a través del amor, la pareja y la maternidad. Gracias al poder del amor, las mujeres se han encargado de unos trabajos no reconocidos pero imprescindibles para la sostenibilidad de la propia vida, ya que sin cuidados, no hay continuidad».

Entonces, ¿pobrecitas? No: cuestionadoras „a la fuerza o no„ de un sistema que se retroalimenta de sus semejantes, la mujeres. Como un ejército de servidoras necesarias para su sostén.

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