Nunca debí casarme con ella. Esa frase la encontró Marilyn Monroe en las notas de su marido, Arthur Miller, durante el rodaje de 'El príncipe y la corista', que rodó con un altivo, decía ella, Laurence Olivier, que se acercaba en los primeros planos con cara de asco, como si apestara a pescado podrido. Faltaban cinco años para su muerte, que venía hacia ella como un tren desbocado. Viendo el sábado en La 2 'La noche temática' pensé al principio que era un reportaje más sobre, quizá, mi único mito, siendo, como soy, tan desapegado a estas admiraciones. Pero no era así. Desde el primer plano, un dedo de mujer apretando una vetusta grabadora del siglo pasado, me quedé fascinado. Conocía casi todas las imágenes, casi todas las fotos, pero un soberbio montaje y una narración al borde de lo excelso, me dejaron boquiabierto, de nuevo atrapado en su rara luz.

El documento, 'Últimas sesiones con Marilyn', firmado por Patrick Jeudy, nos acerca a su vida, trabajo, amores, desamores, e inseguridades, recogidas en grabaciones por su sicoanalista, Ralph Greesom. La película es una trágica historia de la melancolía, de lo inevitable, es la historia de un perdón incesante, el de la sonrisa de aquella frágil mujer por ser tan guapa, y siendo carne de deseo, tan inocente y vulnerable. A lo largo de su emisión descubres que Marilyn Monroe era un cuerpo angustiado bajo el destello de los flases. Conociendo su final, sus complejos e inseguridades como actriz ante directores que la aceptaban porque lo mandaba el contrato, uno entiende ahora la sal de su bella sonrisa, su grito de auxilio. ¿Por qué has terminado así?, escribió Truman Capote. Hoy podemos explicarlo, pero ya es demasiado tarde para Norma Jeane Baker.