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Off the record

Noventa minutos pidiendo la hora

El Barça puede dar gracias. Apostó media Liga a la ruleta rusa y conserva las sienes intactas

Noventa minutos pidiendo la hora

No sé si tuvieron la oportunidad de escuchar las declaraciones de Ivan Rakitic a la conclusión del partido del sábado. En tiempo de zona mixta, los periodistas que siguen la información del Barça le preguntaban al croata si se marchaba rápido del estadio para no perder detalle del Real Madrid-Málaga. «¿Ver al Madrid?. Yo me voy al cine». Tal cual. La derrota del Valencia fue especialmente dolorosa precisamente por eso. Por el componente de desidia con el que el líder afrontó los casi noventa minutos que le quedaban por delante tras la primera dentellada de Luis Suárez a los cincuenta segundos. El mismo desdén con el que Rakitic se planteó la noche del sábado, como dando por hecho que el otro rico de la Liga iba a sacar adelante su compromiso en el Bernabéu. Claro que Luis Enrique tampoco ayudó demasiado. Respetó tanto al Valencia que generó un caos táctico en su sistema de salida y circulación de balón. Durante toda la primera mitad, Xavi vivió a una eternidad de distancia de sus atacantes y demasiado cerca de la apuesta por el músculo que formaron Busquets y Mascherano. No quiero pensar qué hubiera ocurrido si Alves llega a sacar ese remate de puntera del uruguayo y Parejo acierta desde los once metros. Pero así es este negocio. El Valencia ha sido superior al gran candidato a campeón tanto en Mestalla como en el Camp Nou. Pero no ha conseguido rascarle un punto. Ni siquiera hacerle un gol. No creo en las derrotas útiles pero, si hay que perder, mejor hacerlo así, provocando que el entorno del único aspirante al triplete en España los tuviera de corbata durante varias fases del envite. Tot el camp és un clam.

Después de un encuentro como el que nos ocupa, con las opiniones pasa como con los traseros, que diría el clásico. Cada uno tiene la suya. Si Luis Enrique puede espetar sin pestañear que el triunfo del Barcelona fue merecido y producto del gen competitivo de sus jugadores, servidor podrá escribir también que esos mismos futbolistas dieron la impresión de pedir la hora desde el minuto dos de partido. Que, en la primera mitad, recibieron un baño en toda regla del Valencia. Y, sobre todo, que andando no siempre se le gana a un equipo comprometido y brillante como el que tuvieron delante hace dos días. Esa fórmula sirve, con todos los respetos, para cumplir el expediente ante el Almería o el Córdoba de turno, en esta Liga que antes era de las Estrellas. No puedo creerme que a ningún seguidor culé medianamente sesudo le dejara satisfecho el 2-0. El Barça jugó al tran tran, con la ley del mínimo esfuerzo, evidenciando cierta pereza. Como molesto por tener que levantarse del sofá para jugar un sábado a las cuatro de la tarde en lugar de disfrutar de una plácida siesta de esas de pijama y orinal. Puede dar gracias. Apostó media Liga a la ruleta rusa y, de momento, conserva las sienes intactas.

El Valencia desplegó en Can Barça los mejores 45 minutos de la temporada. Superiores incluso a aquel vendaval que goleó al flamante campeón Atleti infligiéndole un 3-0 en menos de un cuarto de hora. Con la dificultad añadida en el caso del sábado de encontrarse con el tanto de Luis Suárez antes del primer minuto. Pero el equipo genera una impresión de fiabilidad a prueba de todo, de creencia absoluta en lo que defiende. En el derbi ante el Levante, se revolvió contra la primera fatalidad en forma de gol legal anulado a Paco Alcácer y enchufó tres como pudo hacer siete si se lo hubiera propuesto. En el Camp Nou, encajó el crochet sin derramar una lágrima, apretó los dientes y tuvo la templanza mental de regresar al guión establecido por Nuno Espirito Santo. Presión arriba, valentía, disciplina y verticalidad. Ni un solo rival de todos los que ha tenido el Barça esta temporada en su estadio le ha borrado del verde con tanta claridad. Ni siquiera el Real Madrid, que le tuvo contra las cuerdas, pero a ráfagas. La inocencia ante Claudio Bravo fue el único pecado „mortal, en este caso„ de un grupo que en esta segunda vuelta sí merece la clasificación para la Champions League. El Valencia ha crecido con el paso de las jornadas. Ha evolucionado. Defiende flirteando con la perfección y ataca más, desterrando ese fútbol tedioso que buscaba la portería a cero y funambuleaba esperando que los millones invertidos arriba decidieran.

Si acaso, poniéndonos exquisitos, habría que preguntarse las razones por las que, con la temporada casi finalizada, hemos visto tan poco tiempo juntos a Alcácer y Negredo. Quien la lleva la entiende, pero hay ocasiones en las que el fin justifica los medios y la pizarra debe quedar relegada a un segundo plano. La imagen fue tan soberbia el sábado y ha sido tan magnífica durante casi ocho meses que en ocasiones caemos en la autocomplacencia y damos por bueno un cambio delantero por delantero a falta de quince minutos con el Valencia perdiendo. Jugar con dos puntas no puede ni debe ser una utopía. Fundamentalmente porque Paco y Álvaro no son de los que se van al cine cuando juega un rival directo.

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