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Tiempo de juego

Heridas y cicatrices

Mestalla vive bajo la sombra del despecho. Siente que su hombre, aquel al que acogió en su regazo y sin miramientos, le ha traicionado

Heridas y cicatrices

Mestalla va más allá y siente que su hombre, aquel cuyo nombre vitoreó, le ha sido infiel. Mestalla no tiene pruebas de ello, pero sabe que algo pasó y la sospecha le produce insomnio y alguna jaqueca. Sé lo que hicisteis el último verano€

A pesar del dolor, Mestalla mantiene su ritual: viste con sus mejores galas, traga saliva y acude a la cita; por encima de todo están los niños. Mientras, el acusado, sigue el consejo que le daría cualquier amigo, abogado o barman dispuesto a poner la oreja: «niégalo»; siempre. Incrédulo y resignado el entrenador declara, victimizado, su inocencia con la boca pequeña. Se siente responsable de un cargo menor (cómplice de), sin la posibilidad de señalar al culpable, pues bien sabe que, los chivatos, duran poco en prisión.

Ampararse en la negación y el silencio que priva de cualquier explicación, es el único recurso al que agarrarse. Con ello mantiene la tensión pero gana tiempo. Y en esas estamos, debatiendo durante la convivencia si tiene cabida el perdón. Durante ese periodo, todo se vuelve gris y áspero, también en la victoria. Todo se cuestiona y todo podrá ser utilizado en tu contra: un gesto, un comentario, un cambio de sistema o una comparación. Ni se te ocurra nombrar «Sevilla» o «Unai» en la mesa.

Al equipo, que no es ajeno a la disputa en el hogar, también se le cuestiona. Las convicciones se han convertido en inseguridades. Las rotaciones en castigos. Los centros en condenas. Y al final, en la duda general, dudan de sí mismo los mejores. Es por eso que, frente al Granada, viéramos a los jugadores sobreexcitados, llevados por la ansiedad que produce un mal pase, una pérdida o una ocasión del rival. Nadie les podrá negar el intento por reconducir la situación. Corren, luchan y persisten en el esfuerzo hasta la extenuación.

Los casos de Enzo, Parejo, Alcácer o Negredo son un claro ejemplo. Tan deseosos del agrado que terminan los partidos acalambrados. Tan ansiosos por despejar las dudas que acaban tropezando entre sí. No hubo brillantez pero sí intensidad. Faltó frescura pero no sobró empuje. Sigue escaseando la definición pero se duplican las llegadas. La victoria final alivia el casillero pero no libera tensiones. La herida sigue sangrando, advierte Nuno. Reconocerlo, es el primer paso. Lo próximo, a largo plazo, será conocer las consecuencias que deja la cicatriz.

Mañana se presentará en Lyon, una nueva ocasión para redimir pecados. Un buen momento para seguir ganando puntos y confianza, dentro y fuera del terreno de juego. Los focos siguen apuntando; las cámaras siguen persiguiendo cada movimiento. «No llegues tarde, pon la mesa, saca la basura y no tuerzas el gesto». El más mínimo descuido, un paso en falso y saltan las alarmas de nuevo€

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