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Lo que pasa en Mestalla

Lo que pasa en Mestalla

Explotó Mestalla y Santi Mina echó a correr. Con la mandíbula desencajada, los ojos rasgados a más no poder, el flequillo al viento y la garganta quebrada; porque los goles se gritan y él, llevaba 14 partidos soñando con quedarse afónico. Por vez primera desde su llegada, el joven gallego no se escondía de la crítica sino que cabalgaba hacia el aplauso. El primero en alcanzar su festejo fue Bakkali, de cuyas botas había nacido la jugada del perdón, con un desplazamiento en largo tan preciso como esperanzador. Mina agradeció el abrazo del belga pero evitó la distracción; reservaba la gloria compartida para otro. Más adelante, regresaremos con él.

Necesitaba el valencianismo una cita con la épica. Sentir que, en la lucha con los mejores, ellos iban a ser viento y marea; inquebrantables. Todo comenzó como no hace tanto tiempo, con la afición agolpándose sobre las aceras de la Avenida de Suecia, transformando el frío que rodeaba el partido en calor, porque los partidos hay que jugarlos. El estado de ánimo de los aficionados escondía un mismo mensaje hacia distintos destinatarios. Al propietario, a los futbolistas, al nuevo técnico, al anterior y posiblemente, también al mundo. «Aquí seguimos: no esperen que nos rindamos». En las buenas y en las malas, reza la canción. Sobre todo en las malas?

El partido sirvió para recuperar la versión del Valencia más combativo, quizá falto de ese punto de agresividad (Vezo no fue ni amonestado) que se adquiere con los años. Qué quieren que les diga: hoy, Santi Mina, cumple 20. Finalmente, no fue necesario. Ordenados atrás, solidarios en las coberturas y más precisos que otras veces en las entregas, el equipo supo sufrir para resurgir de entre las sombras y rescatar aquello que no reflejan las estadísticas ni la clasificación: el alma. Negar el sufrimiento sería quitarle prestigio a la contienda. El Barça dominó de principio a fin, desplegando por momentos un fútbol elegante y sublime. Competir, presentar oposición y terminar por desquiciarlo le corresponde un merecido reconocimiento. Empezando por Voro. Su figura volvió a aparecer cuando el escudo se desangraba. La normalidad con la que asumió su papel, no debe ser pasada por alto. Vistos sus resultados, nunca sabremos a todo lo que renunció cuando sus pasos escogieron otro camino al de los banquillos. Pero sí tendremos algo claro: tras semanas como esta, su nombre significa «hombre de club», con mayúsculas. Algo que, para un tipo tan noble como él, debe resultar gratificante. La frase más repetida en los últimos años en ese vestuario, sí tiene sentido: «enhorabuena, Voro».

Al mencionado Mina se le unieron sobre el césped Santos y Danilo. Seguro y firme atrás el primero, detalles a tener en cuenta en el centro del campo del segundo. Con 19 años, el brasileño da claros síntomas de buen futbolista, a falta de moldear su posicionamiento táctico. Además, pudimos comprobar que Gayà ha vuelto por donde solía y que a Parejo el futuro más inmediato le tiene reservado un lugar, por delante de la línea defensiva. Acuérdense de lo que les digo; él será el nuevo «cinco». Pero si alguien brilló a nivel individual, por encima de todos, ese fue Alcácer. Su madurez futbolística y los malos tiempos del colectivo, le han llevado a reinventarse. Al instinto asesino dentro del área le ha sumado la capacidad para sobrevivir a la soledad del «9»desasistido. Se faja con los centrales, perturba su espalda, sostiene al equipo arriba y descarga con facilidad cada esférico que recibe. Inteligente como el que más, sus movimientos sin balón le convierten en un talento que sigue buscando la perfección. En carrera con Piqué y Mascherano, dibujó una obra de arte. Controló una pelota que caía del cielo en territorio enemigo. La escondió con un toque sutil, alejándola de sus rivales. Con el reverso la protegió con su cuerpo y su asistencia de gol trajo a sus marcadores el desconcierto. Cuando quisieron ubicarse, ya se estaba gritando.

El fútbol, por impredecible, resulta maravilloso. El héroe al que nadie esperaba, el ambiente de las grandes noches en periodo de entreguerras, el rival más temible frente a un equipo mermado. El gigante dormido, despertando. Todo aquello que dicen, sucede en Mestalla.

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