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Nos quedan dos meses de aguantarnos

James Herriot, entrenador

Nada como una voz ajena a los latidos futboleros para desarmar el vigor del día a día. «¿Cómo es que no va casi nadie al partido?». «Hombre, perdieron 7-0 en la ida€ tú verás». « ¿Y?, ¿no se trataba de ser de tu club, más allá de lo que ocurriera?, ¿y la militancia?».

Para amasar la cultura de club y desprenderse de las ondas gravitacionales que emite la actualidad no hay nada mejor como echar paladas de tiempo al tiempo y dejar que la historia ponga cada una de esas guerras „en las que la entidad parece crujir„ como simples motas de una cronología.

Por eso, en la montaña de tiempo donde los años chocan contra los años conformando lo que el Valencia es, solo pasará por una anécdota el tránsito de ese entrenador inglés que vino como garante de la modernidad futbolística, al que nadie entendió muy bien, sus futbolistas los que menos, con un paso decepcionante a pesar de alcanzar las semifinales de Copa y con episodios tan valientes, tan temerarios, como orillar a uno de los centrocampistas más prestigiosos del VCF en los últimos años. Evidentemente me refiero a James Herriot, el primer entrenador inglés a este lado del río.

Finales de los años veinte y en los cuarteles generales del Valencia, calle La Paz número 28, se instigaba el cambio. La profesionalización a la vista. Poco antes se había acabado aquello de poner como entrenador a cualquiera que pasara por allí, a cualquier sabiondo del entorno o a un amigo (décadas después esa tradición sería recuperada), y se apostó por importar pioneros desde regiones futbolísticas mucho más maduras. El primer elegido fue Anton Fivber, el entrenador del Valencia que vino del imperio austrohúngaro. Acabaría siendo seleccionador de Rusia y volviendo otras dos veces. El segundo entrenador fue él, James Herriot, nuestro prota.

A Herriot lo había fichado el flamante secretario técnico Luis Colina (¡reverencias!) traído del norte para descubrir a Valencia los métodos del fútbol mejor. Era una pauta habitual en los veinte. El Barcelona tuvo a James Bellamy, el Athletic a Fred Pentland€

Fue un fracaso. Aunque Colina sería el gran modernizador, metió la pata con Herriot. Contaba el periódico que Herriot, que no sabía nada de español, no era capaz de entenderse con sus futbolistas. Las trabas idiomáticas dificultaron la relación hasta hacerla imposible. Colina creía que Herriot tenía las aptitudes necesarias, pero no se hizo con su plantilla. Pese a todo se plantó en semis coperas.

Cubells, en valencià, rompió relaciones con Herriot, en inglés. El entrenador lo sentenció a Montes y a él porque consideró que su tiempo ya había acabado, el protagonismo debían tomarlo otros. Impactó a la sociedad local, resistente ante la defunción deportiva de sus ídolos. Fantaseo con una Valencia prebélica profiriendo su opinión a través de cartelones y protohashtags: «Bye bye, Herriot», «Torna a Anglaterra, cabró», «James, vete ya».

El entrenador inglés quedó condenado por los graves problemas de comunicación con su plantilla. Tras abrir fisuras con controvertidos ídolos del club y pese a llegar a las semifinales de Copa, fue despedido no mucho después cuando regresó el austrohúngaro Fivber. Una corta trayectoria la de un hombre de quien nunca se sabría si sus defectos eran de comunicación o simplemente de falta de capacidad. Bye, Herriot.

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