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Tiempo de juego

Convenciendo a Mestalla

Convenciendo a Mestalla

Mestalla se caracterizó por ser un estadio emocional, un lugar común en cuyos protagonistas nunca deben relajarse. Deseoso de talento, siempre se mostró condescendiente con aquellos que llegaban a él con un pincel bajo el brazo. Al más mínimo atisbo de creatividad, el crédito estará garantizado. A los elegidos solo les haría falta dos premisas: constancia y actitud. Al igual que sucede en el amor, no basta con querer; además hay que convencer. Las flores ya no sacian. El estadio más longevo en la elite de nuestro país ya lo ha visto casi todo. Mestalla no es fácil porque su interior no vibra; late. Y ya sabemos aquello del corazón y las razones. Mestalla, generoso por naturaleza, te da incluso antes de recibir nada a cambio. Una fianza que antes o después, se tiene que pagar. Que se lo pregunten, por ejemplo, a Rodrigo. Aplaudido, pitado, halagado e insultado. Realmente no sabemos lo que tiene, pero queda una sospecha. Y Mestalla, que algo intuye, le espera. A su manera. En Mestalla no es sencillo saltar a escena. Hablamos de un espacio reservado que devora a los pobres de carácter y, a los fuertes, les impone su ley. Mestalla no pierde el tiempo: sabe a quién tutelar. Seguro que usted, aficionado, tiene su tótem particular.

En un club desprovisto de comandantes, Enzo Pérez fue recibido como al tipo atrevido predispuesto a asumir responsabilidades. Todocampista dotado de músculo y pulmón, Enzo irrumpió en Mestalla para ser el motor que motivase el placer perdido por el esfuerzo. Como buen argentino, llegaba con tierra conquistada en los bolsillos. Su compromiso y ganas de agradar, estaban fuera de dudas pero es cierto: un año después, todavía no había colmado las expectativas. Porque de Enzo, algunos piensan (entre los que me incluyo) que lo mejor, está por llegar. Mientras, él sigue su camino.

En el último encuentro, ya con el pitido final, logramos distinguir su voz entre tanto aullido de euforia. Imposible no hacerlo. Aquel grito tensó sus cuerdas vocales y además de desgarrar su garganta, también hizo lo propio en el alma. Sus siguientes pasos, le guiaron a encontrarse con Parejo, fiel compañero de trinchera. El camino hasta el «10» lo hizo con los puños apretados, realzando las venas que recorren su cuerpo. De los muchos abrazos que vimos sobre el terreno de juego, aquel abrazo, ese en particular, estuvo cargado de una buena dosis de liberación y también de agradecimiento. Emparejados en el «doble 5», ambos sostuvieron al Valencia en un partido ingobernable desde el banquillo. Cuestionado por el mundo, Parejo fue el futbolista que más pases dio, el mejor asistente, el que más balones recuperó y el que más kilómetros realizó. A veces, en la confusión general, no logramos distinguir el miedo de la rabia. Y tanto Enzo, como Parejo, tienen mucho más de esto último. De juzgar ya se encarga Mestalla. Pero centrémonos en Enzo. Como no es de los que se rinden, brega cada balón como si fuera él su propio dueño y mete la cabeza donde otros no meterían el pie. La máscara que protege su rostro da buena fe de ello.

En un vestuario atormentado, Enzo ha decidido poner el pecho. Por eso, no es de extrañar que, mientras todos andaban celebrando el gol del empate, él acudiera molesto hasta la banda para preguntarle a su entrenador, quién había descuidado la marca en el tanto de Duarte. Porque Enzo no concede más fallos a nadie. Su imagen abalanzándose sobre el grupo en el 2-1, fue la nota definitiva: ha llegado su momento.

Alejado de los focos, Enzo fue el último en abandonar el estadio y la demora tiene explicación. Al acabar el partido, mientras sus compañeros festejaban con alivio los tres puntos conseguidos, él aguardaba la llegada del doctor, tumbado sobre la camilla, para que le quitara los cinco puntos de sutura que cosían su pómulo. Fue entonces cuando lo comprendimos: nadie fue capaz de decirle que no debía jugar ese partido. A falta de fútbol, bueno es el corazón. Algo que, a Enzo, le sobra.

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