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Tiempo de juego

El Efecto mariposa

El Efecto mariposa

Impaciente y nervioso por defecto, Mestalla perdona pero no olvida. De idiosincrasia excitada y pasional, en su memoria selectiva acumula facturas que difícilmente no termina por cobrar. Solo es cuestión de tiempo. No se trata de defender lo indefendible y por ahí empezaremos: no se puede regar el jardín en pleno incendio. Es algo incomprensible y da lugar a una exposición innecesaria de uno mismo. Ese recorte de tacón, equivale al aleteo de las alas de una mariposa al otro lado del mundo: otra grieta más en la grada de Mestalla.

Cada frivolidad mal ejecutada lo arrastra al lado oscuro y, desde ese momento, ya solo contabilizamos sus defectos: un mal pase, un caño inoportuno, una pérdida. Una declaración, un posado, un sorteo de campos. Lo mismo da. En torno a Parejo todo está mal y él, funámbulo por naturaleza, lejos de esconderse€ la sigue pidiendo. Quién sabe si en el pecado lleve la penitencia.

Parejo sufre el «efecto mariposa». Podría ser distinto. Podría acomodarse, hacerlo todo más sencillo: abarcar menos y limitarse a organizar al equipo. Podría hinchar las estadísticas con pases simples: de central a medio centro y vuelta a empezar. Incluso le estaría permitido, de vez en cuando (y sin riesgo), apoyarse en los laterales.

Podría correr menos, evitar tanto despliegue tratando de jugar de seis, de ocho y de diez al mismo tiempo. Podría interiorizar los silbidos y no asumirlos como un desafío. Hacerlo fácil, a la espera de que otros fallen. Pero entonces ya no sería Parejo.

Porque Parejo, lleva conviviendo con ello prácticamente desde el primer día que pisó Mestalla. Y en su fuero interno sabe, que por más que lo haga bien, siempre habrá alguien esperándole. Por eso la sigue pidiendo.

Por eso guarda las apariencias, interioriza un «silben, silben» y lo vuelve a intentar. Con ese andar a saltos tan suyo, mientras con la mano extendida la pide al pie. Créanme, sucede en el campo y en la vida: se persigue al rebelde, al que no claudica. Al que se zafa de la crítica reincidiendo. Al osado que, siendo zarandeado, desafía. No hay nada más irreverente que la réplica de un indomable educado.

El estadio, siempre soberano, elige prisioneros y aliados. El gusto es suyo. Por eso no apuntó a Neville, cuando decidió que los extremos actuaran a banda cambiada. Tampoco lo hizo con Santos, cuyos atributos futbolísticos nos siguen siendo desconocidos. Y por supuesto no acusó a Feghouli, al que llevan dos años esperando en las oficinas para que selle su compromiso por el club, aun sin saber muy bien los méritos contraídos. Dejemos que sea la sensatez, la encargada de poner más ejemplos.

Así es el fútbol. Su justicia, su memoria y sus intangibles.

En el caso que nos ocupa, el «10» sirve para desviar la atención. Agazapados, esperando a que pierda un balón, tire un recorte de tacón o ejecute un mal caño para olvidar lo mucho y bueno dado. Ya sabemos que cada vez que Parejo aletea sus alas, desata una tempestad en Mestalla. Está demostrado: Mestalla prefiere cazar mariposas. Cuestión de tiempo.

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