Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Estado de sitio

Estado de sitio

El miedo es mal compañero de viaje y desde hace algún tiempo, el valencianismo deambula por la vida aterrorizado. No es de ahora, el sufrimiento viene de lejos. Ya no disfruta el camino. No conoce cuáles son sus aspiraciones, sencillamente, porque no es capaz de distinguir el lugar que le corresponde. El miedo apocalíptico se ha instalado entre los aficionados y cualquier excusa ataca directamente al corazón: la fuga de talentos, la no consecución de títulos, la venta o desaparición del club, el no competir con los mejores, la Champions o el descenso.

Una ruleta rusa permanente que estresa y divide al aficionado, llevándole al conflicto; teniendo que escoger. No importa el cargo ni su relevancia. Presidente, capitán, portero, entrenador o recuperador; todo se discute. Salvo o Llorente, Albelda o Baraja, Cañizares o Palop, Nuno o Rufete, Sorlí o el que venga. Cegados por el extraño placer que para algunos supone la autodestrucción, se antepone todo al escudo: como el club es de todos, cada cual se siente legitimado a regalar insignias de oro y brillantes, a maldecir la presencia de algunos rostros que presiden la fachada, a regalar carnets de simpatizante€ En definitiva, a quemar cada uno su parte. Recuerdo que la histeria llevó incluso al intento de secuestro.

En estado de alerta constante, la crispación alcanza su mayor expresión los días de partido. Emocionalmente en los extremos, cada duelo se juega a vida o muerte. No es fútbol: es el Salvaje Oeste. De un tiempo a esta parte, se ha llegado al punto en el que ganar o perder lo magnifica todo. La victoria solo es el primer paso: alcanzar la cima nunca fue suficiente, la meta es el cielo. Insaciable, olvidó aprovechar el momento. Disfrutar y valorar el éxito. Ignoró las penurias pasadas y lo meritorio de discutirle los títulos a quienes, dotados de mayores recursos, siempre miraron por encima del hombro. La historia no se discute. La derrota, por ende, supone caer por ese precipicio llamado fracaso, el lugar donde ya nada vale y todo se destruye. Esa obsesión se convirtió en una trampa absurda que lo único que consiguió es que la gente se olvidara de su propio modo de ser. Sería conveniente empezar por anestesiar parte del dolor: ningún jugador será como aquellos que lograron el doblete. Todo lo acumulado actuó a modo de germen que se ha ido expandiendo, sin límite alguno, entre los aficionados; ensordecidos con tanto ruido.

El Valencia ha debilitado su manera de ser y en el colectivo, ese ataque a la idiosincrasia de la institución, le ha causado un daño tremendo. «Ya no somos los que éramos», murmura la grada, que asiste en cada partido a un extraño clima asambleario que no ayuda. Porque son, precisamente ellos, los fieles sufridores de nacimiento, los que deben hacer prevalecer la cultura de club, por encima de todo. Porque cuando este se instala en la confusión, la masa social debe enderezar el rumbo, haciendo uso de su voto en el sentido justo. Porque cuando todo pasa, siempre queda Mestalla. Así han ido sucediéndose los años: viviendo sin término medio y siendo rescatados por la grada. Será recomendable no confundir ambición con codicia. La vida es mejor con los pies en el suelo.

El presente no es más que una terrible consecuencia de todo ello. De los vaivenes sufridos, las idas y venidas, la multiplicación de generales a tan corto plazo. Manda Soler, manda Koeman, manda Llorente, manda Salvo, manda Rufete, manda Mendes, Nuno, Layhoon, Neville, Pitarch€ Cada uno de ellos con sus filias y fobias. Sus seguidores y sus detractores. Su «estás conmigo o estás contra mí». Convirtiendo una institución, casi centenaria, en un Gran Hermano cualquiera. Sin Dios que lo gobierne, preocupados por su ombligo.

Mientras, en el vestuario, pasa justamente lo contrario: nadie tiene mando en plaza. Todos se miran de reojo, con recelo. Todos señalan al prójimo, llevando la cuenta de los errores ajenos: los que recriminan, los que no suman, los que no hablan ante los medios. Los que corren de menos, los que cobran de más. Y en esas, pasan las jornadas y el equipo no gana. Pasan las jornadas y cada vez se está más cerca el descenso. Pasan las jornadas, miran el calendario y es entonces, cuando se les apodera el miedo. Calienta, Mestalla: vuelves a jugar.

Compartir el artículo

stats