«El camino debe ser sólo uno. Plasmar en el siglo XXI el mejor Valencia posible para que se parezca al Valencia de 1954. El de Puchades, el de Peris, el de Cubells, el de Luis Casanova, quizás el de Paco Alcácer». Este fragmento de «La balada del Bar Torino», el libro de Rafa Lahuerta editado por Drassana que ha cautivado al valencianismo, exponía las ilusiones que la masa social de Mestalla había depositado en el delantero de Torrent para enarbolar el Valencia del futuro.

Por juventud, por valencianía y por destacar en una demarcación, la de goleador, destinada a las estrellas, Alcácer se erigía como el referente a largo plazo del club en un contexto de decadencia y riesgo evidente de desarraigo: la venta constante de figuras no frenaba la crisis financiera de un Valencia cada vez más distante de los títulos logrados una década atrás, y con el proceso de venta como remate final. Sin embargo, ese idealizado futuro se ha quedado en una mera expectativa. La salida de Alcácer evita que se le pueda comparar con un rango parecido al de David Albelda, Fernando Gómez, Pep Claramunt y otros estandartes nacidos en la cantera y retirados en el club. Su legado se aproxima más al fulgurante pero breve recorrido de Javier Farinós, que se marchó al Inter con 22 años tras ser el motor que llevó al Valencia a su primera final de la Champions.

Sin embargo, la vinculación de Paco Alcácer con Mestalla se revestía de un voltaje emocional que pocos jugadores habían conseguido. Adorado por la grada, incluso antes de triunfar, la hinchada valencianista siempre le ha transmitido un cariño especial, reforzado afectivamente también por la delicada realidad que le tocó sufrir al delantero, con el fallecimiento de su padre la misma noche en la que marcó, en agosto de 2011, su primer gol con el Valencia. Una tragedia que sensibilizó mucho a la grada.

El principal recuerdo que queda de Alcácer como valencianista se remonta a sus orígenes en el primer equipo, con su triplete goleador en la histórica eliminación del Basilea en los cuartos de final de la Liga Europa de la temporada 2013-14. Juan Antonio Pizzi fue el primer entrenador que apostó decididamente por él en el primer equipo. Pizzi lo eligió en una campaña en la que la directiva del Valencia no dejó de fichar delanteros. Primero tuvo que competir con Hélder Postiga y Dorlan Pabón y a continuación, en la segunda vuelta, con Vinicius Araujo y Eduardo Vargas, refuerzos de invierno.

Su trayectoria, con 43 goles en 124 partidos oficiales, le coloca como un delantero con cierta regularidad anotadora „14, 14 y 15 goles en sus tres campañas„, pero sin alcanzar la vitola de goleador contrastado. Las dificultades vividas en la última campaña en Mestalla, en la que no tuvo garantizada la titularidad, así como el interés de un club tan potente como el Barcelona, le han invitado a abandonar el Valencia.

Sin el torrentí, y en un equipo en plena transformación, ¿quién coge la bandera como estandarte deportivo y sentimental del equipo? Sólo Jaume Doménech y José Luis Gayà transmiten en el actual plantel un sentimiento de pertenencia destacado, aparte de ser los dos canteranos más asentados. Durante el verano se han marchado otros jugadores con años de pertenencia „Barragán,Feghouli o Piatti„, pero con poco carisma. El Valencia pasa a buscar un líder en el que se sienta identificada la grada.