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Mestalla, despierta

Mestalla, despierta

Podría empezar hablándoles de Mario Suárez. Y del prepotente que, con el Valencia camino de Segunda División, no tuvo mejor ocurrencia que sacar pecho asegurando que volvería a ficharlo. De aquellos barros, estos lodos. Podríamos analizar también el desierto en el que Meriton ha convertido la estructura deportiva del club.

Me pregunto quién tomaría la decisión al respecto de un hipotético cese de Voro si el equipo persiste en ignominias como la del sábado ante el Eibar. ¿Quién se comería el marrón? ¿Layhoon? ¿Alesanco? ¿Anil Murthy? Ninguno de ellos tiene la preparación, la capacidad ni, si me apuran, las ganas de meterse en ese tipo de berenjenales.

Y también podría dedicarle todo el artículo al torpe crónico que, en plena tormenta, no ha tenido mejor ocurrencia que comunicarle a Mario Alberto Kempes su cese como embajador del Meriton CF. Sí, han leído bien. Meriton CF. El Valencia tal como lo conocimos hace un tiempo ya no existe. Ha desaparecido. Y de eso precisamente quería escribirles. Porque siendo importante señalar la negligente confección de plantilla a cargo de Jesús Vicente García Pitarch, las carencias estructurales de la sociedad que dirige Layhoon o el nulo respeto por una leyenda eterna como Kempes, lo ocurrido el sábado en Mestalla es mucho más grave.

Segundos después del golazo con el que Dani García sellaba el 0-3, cientos de aficionados buscaban las bocanas de salida a la calle como alma que lleva el diablo. Quedaban, descuento incluido, 35 minutos de partido. Más de media hora. En ese tiempo, el único sector del estadio en el que pudo percibirse algo de indignación y espíritu de protesta fue la Curva Nord. Uno de sus cánticos en medio del funeral resumía a la perfección lo que muchos pensábamos: «Mestalla, despierta. Esto es una mierda».

¿Qué narices ha ocurrido para que un entorno antes apasionado y flamígero habite ahora en la más ausente de las desafecciones? Juguemos a analizar las hipotéticas razones. Si alguno siente culpabilidad por haber acudido a mítines pro-Lim y/o militar en el ejército pancartero, el silencio sigue siendo incomprensible. Todos tenemos muertos en el armario. Pelillos a la mar. Si la inacción responde al hartazgo, se trata de una irresponsabilidad. No podemos quedarnos de brazos cruzados. El pasotismo nos llevará de cabeza a 1986. Y, muy probablemente, a graves problemas de viabilidad societaria. Si alguno de ustedes no pita, no canta con la Curva o no saca pañuelos pensando que Lim no se entera de lo que pasa en la ciudad, déjeme decirle que se equivoca. Está informado. De todo.

Por eso no será defendible ni una noche más como la del sábado ante el Eibar. Un equipo, por cierto, con 80 millones menos de presupuesto que el Valencia. Que se dice pronto. Cada uno de los partidos que restan en la Avenida de Suecia hasta el próximo mes de mayo debería ser el instrumento perfecto para hacerle saber al dueño que la sociedad no se puede controlar a distancia, mucho menos desde la inacción. Que el personal ya no está adormilado. Que, con su nefasta gestión, Meriton está poniendo en grave peligro de desaparición a un club casi centenario.

En definitiva, que vendan y se vayan a Singapur o, como mal menor, que sigan aquí. Pero dotando a la entidad de los resortes necesarios para poder volver a competir por algo que no sea evitar el descenso. Nos han escuchado y leído todo tipo de soluciones hasta la saciedad. Si no toman decisiones, es porque no quieren. Y algo habrá que hacer para que espabilen. Es el momento de salir a la calle, pancartas y altavoces en ristre. Con educación y civismo, por descontado. Pero también con firmeza en el mensaje. Está en juego el futuro del Valencia. Mestalla, despierta.

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