Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La contracrónica

El Espanyol como síntoma

La victoria alimenta el relato cabalístico de los duelos contra los «periquitos»

El Espanyol como síntoma

El Espanyol como síntoma. Hay una extraña cábala que conecta históricamente al Valencia con su rival de ayer, que periódicamente se cruza con el destino blanquinegro en atípicos partidos que siempre acaban por significar algo, por ser decisivos. La victoria de ayer, como la de Montjuïc en 2001, se fraguó en un encuentro repleto de imperfecciones, con merecimientos discutidos, pero que resulta crucial para definir las aspiraciones valencianistas, desde ayer ya serio candidato a la Liga.

Esta particular historia se remonta a 1929. El primer título espanyolista llegó en Mestalla contra el Real Madrid, en un diluvio de dimensiones bíblicas. En 1937 Sarrià acogió la final de un trofeo maldito, la Copa de la República, nunca reconocido por la Federación, con triunfo del Levante sobre el Valencia FC.

El equipo de Mestalla perdería tres finales de Copa consecutivas en los años 40 en Montjuïc, que se convertiría, medio siglo después, en el hogar de los «periquitos». Con una derrota contra el Espanyol, en 1971, el Valencia conquistó la Liga, conocida durante tres décadas como «la última Liga» por la sequía posterior. El empate entre Atlético y Barcelona, que podían ser campeones, hizo posible el alirón.

En 1997 Sarrià acogió su último partido con un Espanyol-Valencia sin ningún interés clasificatorio. No obstante, para la historia quedó un gran gol de Iván Campo como el último tanto que se vio en ese estadio. En el año 2000, el Espanyol logró su penúltima Copa del Rey en Mestalla, contra el Atlético, en una final decantada con una pillería de Tamudo ante Toni, portero de pasado blanquiazul.

La historia moderna

El relato de la relación entre el Espanyol y el Valencia se dispara en su historia reciente. Una remontada épica del Valencia en Montjuïc cambió la historia del club de Mestalla. Con 2-0 en el descanso, estaba prácticamente decidida la destitución de Rafa Benítez como técnico valencianista.

Los goles de Ilie y Rufete fueron el punto de inflexión del equipo para acabar ganando una Liga encarrilada contra el Espanyol en el duelo de la segunda vuelta en Mestalla. Todo lo que sucedió aquella noche se conserva de forma fresca en la memoria del aficionado. Con 0-1 y uno menos, el Valencia dio la vuelta al marcador en una emotiva exhibición de coraje y dos goles de Baraja.

«Macho, te juro que en ese momento quise abrazar a todo Mestalla», recordaba el Pipo a este periódico, a los 15 años de la gesta. En el año 2004, el Valencia perdió su último partido de Liga en Montjuïc, antes de ganar su último campeonato. Sucedió en medio de una rara tormenta primaveral, que cubrió de nieve la colina barcelonesa.

Ayer, en la octava victoria consecutiva del equipo que solo lleva ocho minutos por debajo en el marcador en un partido que supuso la octava expulsión en Primera de Marcelino, el Valencia ganó un partido que no mereció. Puede que se trate de un delirio de contracronista, con un texto reducido a una combinación de anécdotas fáciles, condenado a envejecer sin gloria en la hemeroteca. Pero la victoria del Valencia, por muy infestada de matices, significa algo. Seguro que significa algo.

Compartir el artículo

stats