Marga Vázquez

­Russafa estuvo al borde del precipicio hace poco más de un año y, contra todo pronóstico, no cayó del lado del vacío sino todo lo contrario: logró aferrarse a suelo firme y ahí sigue, capeando la crisis con tal éxito que, desde mayo, incluso ha visto cómo abría una quincena de nuevos comercios frente al cierre generalizado de hace unos meses. ¿El secreto? Una apuesta decidida por la innovación.

«Si hay que morir —dice el presidente de la Asociación de Comerciantes de Russafa y Gran Vía, Eugenio Jiménez—, moriremos matando: luchando por nuestros negocios contra viento y marea. Y si nos tenemos que endeudar aún más para reflotar esto, pues lo haremos; lo que no podemos es quedarnos cruzados de brazos.»

De momento, y a tenor de los resultados, parecen haber dado en la diana porque la fórmula les está dando nuevas alas. Es más, para muchos, incluso el barrio —uno de los más castizos de la ciudad— se ha convertido en el más firme heredero del glamour que en otro tiempo vistiera al Carmen. Son los que ya se han mudado allí en busca de un nuevo mercado «más fresco e intercultural».

La cara y la cruz

Desde que comenzaron las obras de la nueva línea del metropolitano, la T-2, allá por agosto de 2007, Russafa se vio sumergida en un maremágnum de vallas y zanjas que llegó a su punto culminante el verano del año pasado, cuando el asunto alcanzó cifras escalofriantes: el 60% de los establecimientos cerrados, un centenar de empleos al traste y más de un millón de euros en pérdidas.

La situación era tan angustiosa que nadie parecía verle el final, pero, lejos de amedrentarse, los comerciantes que aún sobrevivían decidieron echarle valor y hacer una apuesta arriesgada: renovarse o morir definitivamente. Y fue lo primero.

Para ejecutar su plan, los profesionales se han dejado guiar por un equipo de creativos, además de echar mano de la Cámara de Comercio, que colabora con ellos en el diagnóstico de estable­cimientos, diciéndoles qué debe­rían modificar para incrementar su capacidad de venta.

Lo primero fue rediseñar sus negocios: estudiar y renovar mensualmente los escaparates, buscar nuevas ubicaciones más atractivas, actualizar las tiendas y adaptarlas a los nuevos consumidores, ampliar la oferta de productos —tanto los de gama alta como los llamados low-cost— y, sobre todo, adentrarse sin miedo en la era de las nuevas tecnologías mediante una web (www.descubreruzafa.com) en la que podrán vender mucho más allá de los límites del barrio : en toda España, si no en todo el mundo. Tiempo al tiempo.

Sin ayuda, pero con resultados

«Se trata de cambiar nuestra mentalidad y encontrar soluciones nuevas», explica Jiménez, que lamenta la nula implicación de la Administración. «Ayuda oficial de momento no tenemos, aunque la hemos solicitado, y la verdad es que nos sería muy útil», se duele.

Aun así, celebran una más que notable disminución en las pérdidas —«en torno al 15%» frente a los millones de antes— que, ahora, han trasladado, fundamentalmente y según los casos, «a los proveedores». «Los que pode­mos», aclara Jiménez, «trabajamos con el stock que teníamos al empezar las obras y sólo hemos incorporado las últimas novedades», algo que les aligera la carga inversora.

Son pequeñas aportaciones que, poco a poco y comercio a comercio, regeneran el barrio a golpe de idea, participando del nuevo tirón de Russafa: céntrica, más barata que el casco histórico, con un vecindario renovado y vivo, y una transformación en plena ebullición. Y es que, como dice Vicente Giner, propietario del Restaurante Sabors, «Russafa está muy viva. Pero si hay algo que tenemos claro es que esto es un proyecto común: o salimos todos o no salimos ninguno».