Una década de sufrimiento y degradación es más que suficiente. Muchos vecinos del Cabanyal creen que las cosas deben empezar a cambiar, que el barrio debe salir de la marginación para buscar su propio renacimiento. La prolongación de la avenida Blasco Ibáñez, contestada por los vecinos, atascada en los tribunales y atrapada en la tela de araña de la política, pierde fuerza como opción de futuro y hay quien empieza a pedir un cambio, un cambio de los vecinos, de sus mentalidades, y también de los políticos, de las administraciones.

Emiliano García, desde su atalaya de "Casa Montaña", lo ve así. Él ha apostado por su restaurante para convertirlo en un referente de la gastronomía valenciana y sigue apostando por el barrio, al que le ve un mismo futuro. En su opinión, la excelencia es posible también en esta parte de la ciudad sin perder la esencia de pueblo. Es cuestión de invertir una tendencia. Su localización a caballo entre la Universidad y el mar le dan una gama tan amplia de posibilidades que no caben en sus calles.

Precisamente desde una de las mesas de su taberna, Emiliano evocó para Levante-EMV sus incontables vivencias y sus fervorosos deseos. Él llegó a "Casa Montaña" en el año 1993 con la ilusión de convertir un icono del barrio fechado en 1876 en un referente de modernidad. A Emiliano García aquel bar, muy conocido para él ya como cliente, le avocaba la niñez, encontraba lo que había disfrutado de pequeño en su pueblo natal, Requena. "Todo podía compartirse y cambiarse" y "el cielo estaba a la altura de las manos", recuerda.

Lo diferenciaba el sabor mediterráneo y la masiva presencia de pescadores, estibadores, consignatarios y gente ligada a los negocios del mar. "Era un barrio orgulloso, nada conflictivo", donde los focos de marginalidad existían, pero diluidos".Su propósito entonces fue asentar esas bases y buscar una nueva proyección en torno a la cultura del vino. "Hice un gran esfuerzo por cambiar del chato a la copa", dice Emiliano. Fue "una lucha cultural en la que cayó algún muerto, pero que generó fidelidad". Hay que tener en cuenta que "aquí venían los vecinos a almorzar con su fiambrera y nosotros le poníamos la bebida". Para lograr su objetivo cambió los horarios, dignificó el local, se adaptó a la legislación y "con el vino como bandera amplió la oferta de tapas trayendo productos de distintos puntos de España". En esa evolución, además, se acercó al mar y sus productos son la estrella.

El barrio, por contra, se ha ido despegando de su historia para caminar hacia atrás. "Se han ido abandonando viviendas y se han creado unas expectativas de futuro muy negras. Es muy complicado rehabilitar o construir y los servicios mínimos se han abandonado", dice. "Se ha declarado Bien de Interés Cultural pero no se han puesto los medios para dinamizar nada", lamenta.

El golpe definitivo, de todas formas, ha sido la pretendida prolongación de la avenida Blasco Ibáñez. Sólo la idea de llevarla a cabo "ha dividido el barrio en dos, con una parte a cada lado de esa línea imaginaria". Y encima se han dejado de hacer los trabajos mínimos de conservación, de limpiar o de dar seguridad.

Esto ha hecho que los "hijos del Cabanyal" hayan optado por irse a vivir a los barrios periféricos" y que el comercio haya perdido clientela, creando así "el caldo de cultivo para la marginalidad". Sólo le faltaba la clausura de "Las Cañas de Campanar", un punto fuerte de consumo y tráfico de drogas, y ocurrió.

Salto adelante

Pese a todo, en el Cabanyal quedan importantes pilares que sostienen el barrio, como el mercado, Casa Guillermo, El Musical, la Casa de las Galletas o Casa Montaña, que impiden que la degradación sea mayor, opina. Y es "desde esos pilares desde los que hay que construir de nuevo". "Hay que facilitar la circulación y la rehabilitación y utilizar el potencial de los vecinos, en este caso la Universidad y la playa, para atraer a la juventud. "¿Te imaginas el barrio como un gigantesco colegio mayor", se pregunta.

También apuesta por atraer a diseñadores, arquitectos, artistas y el mundo más bohemio. O sentar unas bases estables para pequeños artesanos. "¿Te imaginas -vuelve a preguntarse- la Lonja de Pescadores llena de artesanos" En definitiva, propone hacer "un barrio para vivir y donde vivir".

Pero para que eso sea posible, este hostelero de pueblo y de barrio cree que, además de los vecinos, se necesita la colaboración de todas las administraciones. "Tenemos que ser generosos todos, y tener la mira alta para ver que este barrio costaría mucho menos que cualquier otro elemento turístico y además conserva la autenticidad que nuestros visitantes demandan". "No podemos esperar a que nos lo hagan en cartón piedra para recordarlo", añade.

Es lo mismo que pide para él y para su negocio, que se mantenga "el espíritu de la taberna" y desde ahí buscar la calidad. Su vocación siempre ha sido "conciliar tradición con modernidad".