Dentro de cuatro días se cumplirán ciento diez años de que fue terminada la estatua del Rey Jaume I que contemplamos en el Parterre —aunque la plaza esté rotulada con el nombre de Alfonso el Magnánimo—, y es curioso que la construcción tardó unos catorce años en llevarse a cabo desde que fue proyectada por un grupo de intelectuales valencianos.

Un proyecto costoso

Fue en el año 1876 cuando un grupo de intelectuales valencianos se reunió para lanzar la idea. Recientemente, el escritor José Soler Carnicer exponía en el acto de presentación de la nueva «Entitat Cívica Valenciana Jaume I» cómo se reunió un grupo de periodistas y escritores, como Juan Navarro Reverter, Vicente Wenceslao Querol, Eduardo Attard, Rafael Ferrer y Teodoro Llorente Oliveras, para proponer al Alcalde, padre de éste último, la idea de llevar a cabo tal monumento en recuerdo del rey conquistador.

El primer mandatario municipal aceptó de buen grado la idea, pero el presupuesto del ayuntamiento no contempló este gasto, y la fecha del sexto centenario de la muerte del monarca, ocurrida en el año 1276, no pudo verse rubricada con ese homenaje.

Se organizaron diversas empresas para ello: una tómbola, una rifa, pero el dinero no era suficiente. Se logró, de momento, construir el enorme pedestal sobre el que sería en su día colocada la estatua; una enorme masa de piedra, con espacios horizontales donde aún hemos jugado casi un siglo después muchos muchachos; pero sin la figura ecuestre del homenajeado.

Tardó tres años en llevarse a cabo la propuesta definitiva; fue en 1879 cuando fueron publicadas las bases y condiciones: un presupuesto de 50.000 pesetas —¡una fortuna, en aquella época!—, y el modelo tenía que ser presentado en el plazo de dos años, la escultura debía tener doble altura del tamaño natural y estar realizada en bronce.

Fueron presentadas tres propuestas, pero ninguna satisfizo a los protagonistas, y, tras declararse desierto, se hizo el encargo directamente a los catalanes hermanos Villamitjana, que hicieron entrega del molde definitivo en 1886. Se solicitó del Ministerio de la Guerra la donación de cañones ya inutilizados para ser fundidos, y en la primavera del año siguiente se concedió el material, que de Peñíscola pasó a Benicarló para ser llevado por vía férrea a Valencia, donde en los talleres de «La Maquinista» se procedió a la fundición, que culminó el 12 de diciembre, dirigida por el ingeniero Francisco Climent.

Cuarenta y nueve días después, el 31 de diciembre de aquel año, la estatua ecuestre fue solemnemente trasladada hasta el lugar donde hoy la contemplamos —aunque el pedestal de bloques de piedra ya han sido permutados por ajardinados— y su paso por las calles de la Ciudad fue un apoteósico paseo multitudinario.

Dentro de cuatro días, pues, se cumplirá veintidós lustros de la terminación del monumento que hoy contemplamos, que fue colocado en la culminación del mismo año. No pudo ser en el centenario de su muerte. Pero fue poco después.