Vaya por delante mi agradecimiento y mi apoyo a todos aquellos y aquellas que, en estas fallas, han seguido el camino que ya iniciaron otros, queriendo ir un poco más allá, reinterpretando la tradición. Y lo han hecho rodeadas de incomprensión e incluso de repulsa. Gracias por el esfuerzo y por el resultado.

Estas han sido las últimas fallas de un largo período político lleno de retrovisores y miradas atrás. Pase lo que pase en mayo, llegarán nuevos horizontes que deben permitir fomentar otra manera de abordar la fiesta.

Las fallas de 2016 empiezan, y vuelve la controversia. ¿Hablamos? La solución siempre está en la palabra. ¿De qué hemos de hablar? Dice la resistencia atrincherada en el ayer. Hemos de hablar de la primavera, ya ves, del fuego renovador más allá de creencias y de patronos, y de los organismos, que deberían remodelar sus entrañas y sacudir el polvo. Hemos de hablar de la fiesta, como un recorrido global del año entero que se integra en la ciudad, no se enfrenta a ella. Hemos de hablar del «monumento» tanto de la forma como del proceso, del tamaño, de la ubicación. Hemos de hablar del idioma banalizado, agredido también desde el poder, y que necesita el apoyo y el rigor para sobrevivir con dignidad. Hemos de hablar del ruido y de los límites, de esa asignatura obligatoria que debería ser el sentido común, en una fiesta colectiva que se desarrolla precisamente en el espacio público, como no podría ser de otra manera. Hemos de hablar de la otra ciudad, la que sigue trabajando, moviéndose, de los comercios, los de siempre y los eventuales, de sus ubicaciones, las interferencias. Hemos de hablar de las carpas, claro, que afean y ocupan, maltratando a la ciudad y la ciudadanía.

Hablar sabiendo que la fiesta tiene algo de exceso, de trasgresión, y así ha de ser, sobre todo en una fiesta que celebra la llegada de la primavera, con la sangre alterada y el deseo buscando salidas. Es la esencia, romper con la rutina, respirar hondo, y quemar lo caduco, lo obsoleto. Por eso cada vez tiene menos sentido volver a hacer la falla de ayer, o de anteayer, como si la primavera se hubiera dormido. A esa renovación le llamamos progreso, cultura, estar en marcha. Por eso hace falta una conversación transparente, sin manipulaciones, sin imposiciones ni exclusiones. Una larga conversación que el nuevo poder ha de convocar y gestionar para que el mañana, llegue cuanto antes.