Cuando proyecté con Vicente González Móstoles el nuevo ayuntamiento, en el año 87, le pusimos de sobrenombre familiar NOM (Nuevas Oficinas Municipales) porque tenía esas tres características como objetivo.

Era nuevo porque se comprometía con su tiempo; buscábamos la funcionalidad, la sencillez y la actualidad, bebiendo en la formación que llevábamos en la mochila (referencias a Mario Botta y Aldo Rossi). Todo ello con unas instalaciones modernas concebidas por el ingeniero y amigo José Selva.

Eran oficinas, y por ello contenía una solución polifuncional, de planta libre y tabiquería móvil, para adaptarse a las necesidades cambiantes de los usos públicos. Pensábamos, inocentes, que esa característica le permitiría sobrevivir a los vaivenes políticos. Tenía vocación de futuro, pensábamos. Y apostamos por ello.

Y era municipal, es decir, tenía algo de representativo tanto por su ubicación (presidiendo una plaza prometida que nunca lo fue), como por sus elementos, un reloj, una escalera, un remate singular, todo ello sin grandilocuencias ni excesos.

Al mismo tiempo, era un edificio (proyectado desde los despachos municipales) que simbolizaba la transformación urbana y el progreso, porque permitía albergar la sala de control de tráfico eliminando aquello que llamábamos cariñosamente «fort apache» y que ocupaba los terrenos que estaban llamados a ser la prolongación de la Alameda y el entorno apropiado del Palau de la Música. Es decir, una operación urbanística de calado para la ciudad que la entonces oposición (y que ahora vuelve a serlo) no dudó en tildar de obra faraónica, asómbrense.

Tal vez ese fue el pecado del nuevo ayuntamiento, representar una época, una manera de crear ciudad, esa que la derecha siempre ha querido borrar para sustituirla en la memoria colectiva por la fracasada política de los eventos que nos ha dejado sonrojados, y a dos velas.

Seguramente eso explica que se haya convertido en moneda de cambio despilfarradora. De lo contrario, un edificio joven, polivalente, bien construido y con una ubicación relevante, estaba llamado a acompañar a la ciudad durante décadas, y no a caer bajo la piqueta ante la mirada atónita de la ciudadanía que necesita espacios y arquitectura para desarrollar la vida en colectividad.