En las últimas semanas, la televisión nos ha ofrecido dos películas basadas en la forma cómo el artista malagueño „pero muchos años afincado en Valencia„ Miguel de Molina, hubo de emigrar y establecerse en Argentina, donde falleció y está enterrado en el cementerio de Chacaritas, en una tumba contigua a la de Celia Gámez.

La forma y razón por la que el cancionero salió de España, al comienzo de la década de los años cuarenta del pasado siglo, ha sido utilizada de diversas formas con intenciones políticas, aunque en ambas cintas cinematográficas se demuestra que fue él quien huyó al ser golpeado por unos individuos que le atacaron por su homosexualidad.

La primera de las dos aludidas películas, en la que interviene el propio Miguel de Molina „de auténtico nombre Miguel Frçias de Molina„ fue rodada en 1952 en Buenos Aires. Se titula «Esta es mi vida», y con el cancionero comparte cabecera del reparto la argentina Diana Maggi „actriz que años más tarde hizo temporadas en España„ y cuenta cómo fue golpeado por unos aristócratas que no le admitían como homosexual que era.

La segunda película, muy posterior y rodada en España, «Las cosas del querer», está encabezada por Ángela Molina y Ángel de Andrés López, y aunque toda ella es realizada «supuestamente», ofrece la misma historia del ataque por su sexualidad y la huida de España.

Sin embargo, se especuló mucho tiempo con que Miguel de Molina no pudo regresar a España, cosa totalmente falsa. Pues si bien él marchó voluntariamente, no había prohibición legal para su regreso. Prueba de ello fueron las dos ocasiones que le vimos en Valencia.

Regresó a finales de la década de los años cuarenta „ya en la esquina con los cincuenta„ cuando su madre falleció en su casa de la calle de Císcar; se publicó la esquela, en la que, al pie del nombre de la fallecida, se decía textualmente: «Madre de Miguel de Molina». Regresó, pues, el artista, que aprovechó para recoger enseres de la cada de su progenitora.

Años más tarde, ya en 1.957, Miguel volvió a Valencia abiertamente como tal cancionero; actuó primero en la bolera Erajoma, en la Gran Vía del Marqués del Turia, y posteriormente estuvo unas semanas en el teatro Ruzafa, contratado por el empresario Matías Colsada. Los anuncios en prensa dieron buena cuenta de sus intervenciones, que atrajeron un público que le recordaba de años pasados.

Quien hoy firma esta crónica fue testigo de una reunión que mantuvo en el entonces Hotel Royal, de la calle del pintor Sorolla, con el artista, con el promotor Colsada y con otro compañero entonces de la Escuela de Periodismo. Allí, Miguel de Molina quiso explicar las razones de su exilio, y poco más o menos nos dijo: «Es que en aquellos años yo le hacía la competencia a Concha Piquer, que estaba liada con Serrano Súñer, y por eso me persiguieron con el argumento de que yo era maricón -sic- , me pegaron, y tuve que marcharme».

Le hicimos una observación porque aquello no cuadraba: «Mire, Miguel: no me meto en lo que usted sea; pero lo del lío con Serrano no es cierto, pues en esa época Concha Piquer ya llevaba tiempo casada con Antonio Márquez, con quien poco después tuvo una hija».

En fin: dos películas que, al cabo de más de medio siglo, han traído el recuerdo y las vicisitudes de un artista, nacido en Málaga en 1908 y muerto en Buenos Aires en 1993, y que en Valencia tuvo unas estancias antes y después de su exilio, y cuyo nombre resuena todavía con los ritmos de «La bien pagá» y canciones populares.