La Casa de la Sirena muestra un momento particularmente interesante de la arquitectura valenciana, es una de las piezas clave para entender el concepto de alquería y su transformación en el tiempo. Encontramos en ella un conjunto edificios, patios y huertos, donde observar una nueva manera de entender la arquitectura en la Valencia de finales del siglo XVI e inicios del XVII, en el virreinato de Juan de Ribera, el período del máximo esplendor del imperio Hispánico; un momento particularmente atractivo y no excesivamente documentado de nuestra historia arquitectónica rural, cuando en nuestro territorio se materializan particulares relaciones entre arte y poder.

Responde al tiempo de consolidación estética del Imperio de los Austrias. Nos ofrece un edificio de volumetría sólida, construido en ladrillo, rematado por una galería superior y flanqueado en uno de sus ángulos por una esbelta torre de traza renacentista con un llamativo chapitel.

Su planta se desarrolla en torno a un patio, con un trazado incompleto, de manera que solo se acabaron dos de sus lados, cerrándose el resto por un cuerpo de una sola planta que acota el patio interior y relaciona este edificio con los cuerpos anexos, con el huerto-jardín que se sitúa a la parte de mediodía, y con los edificios de uso económico, habitación de colonos o administradores de las tierras.

El edificio principal alberga tres alturas, de manera que en la planta primera se sitúa la vivienda principal, hoy desfigurada por las diversas variaciones realizadas a lo largo del tiempo, que han tenido su reflejo en distintas transformaciones de los huecos de fachada.

El resto de los huecos y la volumetría general se corresponde perfectamente con la propuesta de origen, en su estructura general y en la impronta iconográfica del edificio.

El resto de edificios del conjunto se separan decididamente de la arquitectura que aquí describimos, se trata de piezas menores, ajenas al canon de la arquitectura en la que se enmarca este interesante palacio rural. Son edificios vinculados al mundo agrario, a sus cánones de utilidad y a la propia cultura constructiva local; edificios posiblemente no construidos todos ellos en la misma época que el edificio principal.

Es interesante constatar la existencia del huerto-jardín, tal como nos indica María Teresa Santamaría en su trabajo «Evolució del concepte de jardí en l´Horta de València». Tanto por verificar la existencia de este tipo de jardines anexos a las casas de la aristocracia, como por el tipo de jardín al que hacen referencia: espacios acotados, de reminiscencia tardomedieval, próximos en cambio al gusto por la naturaleza, al placer de vivir que el renacimiento proclama. Un huerto-jardín que ha estudiado lo suficiente como para ser comprendido e incluso restaurado a partir de sus últimas configuraciones, quizás de época más cercana que la de aquel renacimiento de origen, pero que conserva parte de su antiguo esplendor.

Interesa resaltar que en este edificio es reconocible aquella condición que debe reunir el monumento, pues la Casa de la Sirena nos muestra y define formas, espacios, materiales y técnicas únicas e insustituibles para comprender el devenir de nuestra historia.

En él podemos constatar como rural y urbano son en arquitectura episodios complementarios de una misma historia y ofrecen perspectivas que permiten comprender, valorar y disfrutar nuestro patrimonio, sus formas, espacios, fábricas, texturas, sombras, masas, trasparencias,... en fin, la arquitectura. Rural y urbano entretejen un relato que aumenta de atractivo a medida que es leído en toda su riqueza y complejidad, sobre todo cuando es observado formando parte de un paisaje social, humano y físico, que con el tiempo se transforma y deja huellas, claves, mensajes, que nos permiten reconstruir la historia, no para revivirla, pero si para entenderla.

Su interés radica en que nos acerca a la forma del palacio rural en esta época de grandes cambios sociales y políticos, a las relaciones entre la casa y el espacio físico colindante, entre casa y naturaleza, con una interesante propuesta de huerto-jardín cerrado. Nos habla de referencias tipológicas, de formas arquitectónicas, de lenguajes estilísticos, de materiales que construyen sus fábricas.

En línea con el Corpus Christi

En la Casa de la Sirena podemos ver las relaciones entre arquitectura y poder. Podemos observar como su arquitectura se decanta hacia un determinado lenguaje, pero sobre todo podemos confirmar el rechazo de la fuerte tradición arquitectónica que hasta entonces prima en estas tierras de la Corona de Aragón, propuestas que se sustituyen por el canon estético del imperio: el clasicismo.

La Casa de la Sirena está en línea con los edificios más importantes que en ese momento se están construyendo en la ciudad, como el Colegio del Corpus Christi del arquitecto Guillem del Rey, así como con la arquitectura que la corte de Madrid impone desde el reinado de Felipe II. Por supuesto con la Casa del Comú de Llíria, algunos de los cuerpos de Sant Jeroni de Cotalba de la misma época y otros importantes edificios valencianos.

La torre de la Sirena sustituye a las antiguos tipos de torre que encontramos en las tierras de la Corona de Aragón. Esta nueva torre será la referencia iconográfica de las torres, torretas y miramares rurales y urbanos a partir de ese momento. La galería superior situada sobre una imposta y trazada con arcos de ladrillo de medio punto, ya es conocida en la ciudad, en sus palacios, conventos y en las casas solariegas del campo, como nos muestra A. Winjgaerden en las imágenes de Valencia que a mediados del Quinientos dibujara para Felipe II. Su consolidación es evidente.

La Casa de la Sirena es, pues, una de las piezas importantes de nuestro patrimonio arquitectónico y un eslabón clave en el proceso de cambio, transformación y consolidación de la arquitectura y las particulares relaciones entre arte y poder en la sociedad valenciana del renacimiento.