Existen las Experiencias Cercanas a la Muerte. Pero también pueden producirse los Episodios Después de la Muerte. Eso es lo que le pasó a los restos mortales, las cenizas, de una vecina de Valencia, que por fin va a encontrar el descanso definitivo, pero tras vivir una odisea que forma ya parte de del mejor anecdotario de la ciudad.

La mujer, cuya identidad es, seguramente, lo menos importante, falleció años atrás. Al parecer, más de diez. Fue incinerada y su viudo y sus tres hijos decidieron quedarse con la urna. Pasó el tiempo y el marido, ya nonagenario, también falleció. Tras su entierro, los hijos supieron de la existencia de un recinto relativamente nuevo para depositar con mucha dignidad las cenizas de los fallecidos: la pirámide del Jardín del Recuerdo. Convinieron que era momento de despedirse de mamá y hacerlo de esta manera. Pagaron la tasa correspondiente —que es bastante módica, menos de 15 euros— y acordaron reunirse para hacer una ceremonia con la intimidad propia de estos menesteres. Llegaron dos de los hermanos con sus respectivas parejas y cuando llegó la última ocurrió lo inimaginable: la urna se había quedado en el taxi.

Ahí comenzaría una situación que, seguramente, habría firmado Luis García Berlanga. Había que localizar no la urna, sino una mochila, que es donde se había quedado olvidada.

El apuro de explicarlo

¿De qué compañía era el taxi? No se acordaban. Empezó un peregrinar telefónico por las compañías solicitando saber si alguno de sus conductores se había dado cuenta de la existencia de la bolsa. El problema no era preguntar, sino el apuro de dar las explicaciones. Una urna que, además, iba en una mochila negra y pesada. Algo nada conveniente en tiempos de psicosis, aunque se confiaba en que el taxista recordara que los pasajeros eran una pareja con aspecto nada sospechoso. Las redes sociales imaginan ahora la rocambolesca situación y las conversaciones que se produjeron.

El taxista era un profesional íntegro. Le llegó la onda de que alguien iba buscando una mochila perdida. Con una actitud ejemplar, había cumplido el protocolo de llevarlo a la Oficina de Objetos Perdidos.

Albarán y condolencias

Allí llegó la familia al completo para recoger algo que sí que se había perdido, pero que era mucho más que un objeto: el recuerdo físico de una persona que nació, creció, creó una familia y vivió la madurez y la ancianidad hasta pasar a la eternidad. Cuentan las crónicas que, cumpliendo el protocolo, la familia firmó el albarán correspondiente, a la vez que el funcionario les mostraba las «más sinceras condolencias».

El duelo ya había pasado hace muchos años. El tiempo cura la herida de cuando se marcha un ser querido que ha tenido una vida plena. A estas alturas, la mujer, sus cenizas, ya están junto con las de muchas otras personas en un lugar donde, ahora sí, saben que descansa sin más sobresaltos.