dos canonizaciones que afectan a València se han reavivado en las últimas semanas, y es de esperar que pronto lleven a los altares como santos a estos personajes, que tuvieron más de cinco siglos de distancia en sus vidas.El primero al que nos referimos es el fraile Juan Gilabert «Jofré», nacido en València en 1350 y fallecido en El Puig de Santa María en 1417 -ahora se cumplen los seis siglos de su muerte-.

Fue enterrado en El Puig, en el convento mercedario, a cuya orden pertenecía. Pero la figura del «Padre Jofré» estuvo difundida por diversos países de Europa -e incluso África, pues fue a rescatar esclavos en Argelia- y por regiones de España. Él salvó de los golpes y los improperios a un perturbado que junto a la Catedral estaba siendo menospreciado e insultado por unos gamberros; a continuación, dedicó su inmediata predicación en defensa «dels folls e inocents», y fue el promotor del primer hospital para perturbados y el creador del Hospital que ahora tenemos -muy variado en su estructura- junto a la avenida del Cid. La fe en la Mare de Déu también tiene su origen en la imagen que bajo su acogida trajeron unos peregrinos. Y he aquí que en varias ocasiones se inició el proceso de canonización, pero la guerra de sucesión y otros avatares suspendieron el feliz término de tal proceso, que ahora esperemos que se renueve y llegue a su culminación. El otro proceso que evocamos fue iniciado hace años con energía por el delegado episcopal para el proceso de los Santos, el sacerdote Ramón Fita, en torno al que fuera Arzobispo de València entre 1946 y 1968, el vasco Marcelino Olaechea Loizaga, cuya estatua preside la plaza del Palau frente al Palacio Arzobispal.

El arzobispo Olaechea fue una figura inolvidable para los valencianos, sobre todo para los más necesitados. Toda su labor, en los años de la posguerra civil, fue el apoyo a los menesterosos; y, así, creó el Banco de Nuestra Señora de los Desamparados, que tenía su sede en un lateral de Palacio Arzobispal, frente a la parte trasera de la Catedral, y de allí surgió la inolvidable «Tómbola Valenciana de Caridad», que dio paso a la construcción de viviendas para personas que no disponían de medios suficientes. Así nació el «Barrio de San Marcelino», al que el Ayuntamiento trató de rotular con el nombre del prelado benefactor, pero éste, en su modestia, se negó y lo más que aceptó fue que se llamara como «su Santo». Si el proceso de canonización llega a feliz término, podrá añadirse al actual nombre de dicho barrio - «San Marcelino»- el apellido de su creador; si ya es Santo? Bueno: parece que Santo ya lo era; ahora falta que se le reconozca oficialmente.