La pandemia del Covid-19 ha provocado un aumento significativo en el uso del plástico, tanto en hospitales como en los hogares, sobre todo de usar y tirar. Esta coyuntura está generando en todo el mundo un mayor volumen de residuos, muchos de los cuales se convertirán con el tiempo en microplásticos. Cada año se vierten a los océanos alrededor de 13 millones de toneladas de plástico, lo que configura un problema ambiental de escala planetaria. El problema consiste en el incivismo de muchas personas que abandonan estos residuos en cualquier parte, pero también lo es el hecho de que no todo el plástico que va a parar a los contenedores amarillos se recicla realmente, pues una gran cantidad acaba en vertederos incontrolados. La entidad WWF recuerda que estos elementos amenazan a la fauna marina exactamente igual que una bolsa convencional, pues cetáceos, tortugas y otras especies los confunden igualmente con medusas u otras presas. Por ello, aconseja alternativas, como «reducir el consumo de guantes lavándose y desinfectándose las manos frecuentemente y en profundidad y, si estamos en la calle, usando gel hidroalcohólico». En cuanto a las mascarillas, se aconsejan las reutilizables (que cumplan con la normativa), pues pueden lavarse varias veces. Tanto guantes como mascarillas desechables deben arrojarse al contenedor gris, nunca al amarillo ni al marrón, señala WWF. Y es que, debido a las medidas higiénicas de estos meses, el plástico ha vuelto a utilizarse de forma masiva como superficie aislante, ya sea como pantallas faciales, mamparas en las cajas de los supermercados o en productos desechables y envoltorios de alimentos. Es un material responsable de la mayor parte de los residuos que se acumulan en nuestro planeta. Sólo en España su consumo anual supera los 3,5 millones de toneladas, de los que 2,5 millones se convierten en residuos. Se trata de un problema que ha sido investigado por el Doctorado Industrial en Microplásticos de la Fundación Aquae (Grupo Suez) y la Universidad de Alicante, junto con las empresas Interlab y Labaqua. Según explica Débora Sorolla, doctoranda para realizar esta investigación, «la convivencia con el coronavirus ha hecho resurgir entre los ciudadanos la elección de productos plásticos desechables por ser más higiénicos. Aun así, confío en que cuando pase esta crisis volveremos a utilizarlos menos, incluso, reduciremos su consumo porque una gran mayoría se ha dado cuenta de lo mucho que el ser humano contamina». La científica señala que «durante el estado de alarma han cambiado muchas de nuestras costumbres ».

«Se ha preferido comprar en las grandes superficies, donde los productos están mucho más empaquetados, para hacer la compra en una sola vez, ha aumentado el uso de bolsas de plástico desechable por miedo a que las bolsas reutilizables se contaminen», agrega. Además, «el notable aumento en las compras por internet o de comida para llevar implica el consumo de otros productos plásticos, como son los utilizados en los envases para su transporte o los embalajes, y todo este plástico se desecha por la posibilidad de que esté contaminado, generando un aumento en el volumen de estos residuos, de los cuales muchos pueden acabar como microplásticos en nuestros ríos y océanos». En realidad, el 94% de los residuos plásticos que se acumulan en el medio ambiente, contaminándolo, son microplásticos. Por eso, el primer objetivo es, ahora mismo, implantar científicamente una metodología que permita recoger y analizar datos sobre estos micro-residuos de forma estandarizada y conocer así mejor a este enemigo de la naturaleza. Se trata de una vieja reivindicación científica, al no existir aún ningún método estándar para su muestreo, extracción, identificación o purificación. «Estamos analizando polímeros sintéticos puros, adquiridos comercialmente, antes de analizar muestras reales de microplásticos que pueden encontrarse en la naturaleza. De esta manera, nos aseguramos de que los datos obtenidos en nuestros experimentos se deben a un tipo de polímero determinado», indica Sorolla. Los microplásticos pueden ser primarios o secundarios. Los primarios se fabrican específicamente para uso industrial, como los productos de cosmética (cremas exfoliantes, jabones o pastas de dientes). Cuando nos lavamos los dientes, por ejemplo, estos microplásticos acaban en las aguas residuales, porque los sistemas de depuración no son capaces de retener estas partículas tan pequeñas. Por eso, van a parar al mar. Por su parte, los microplásticos secundarios se originan a partir de la degradación física, biológica y química de grandes objetos de plástico, como las bolsas y botellas o las redes de pesca que llegan al mar, por el desgaste de los neumáticos y por el lavado de tejidos sintéticos. Cada vez que ponemos una lavadora se emiten unas 2.000 partículas de fibras de microplástico. En los últimos diez años los humanos hemos producido más plástico que en toda nuestra historia y la producción no para de crecer: en 2015 el mundo produjo 380 millones de toneladas de plástico y para 2050 se prevé que se generen más de 1.000 millones de toneladas, lo que podría generar que para esta fecha en nuestros mares haya más plásticos que peces. «Los plásticos de un solo uso estarán prohibidos en la UE en 2021, pero creo que nuestro país debería de acompañar esta medida con otras, como una mejora en la gestión de los residuos plásticos. Ya hay muchos países en Europa que dan una bonificación a los ciudadanos que devuelven los envases de plástico, una acertada medida que, además, está teniendo muy buenos resultados», concluye Débora Sorolla.