Iba yo a las 9.30 horas a una sucursal bancaria situada al lado de la Delegación de Sanidad, en la calle San Vicente, cuando vi salir a dos fámulas (uniformadas), acompañadas por un guardia jurado (con sus manillas y pistola reglamentaria), arrastrando un carro-plataforma cargado con unos 30 o 40 kilos de papeles de oficina.Ante mi asombro, vi que los tiraban al contenedor de residuos urbanos cuando a unos pocos metros hay otros dos contenedores, uno para cristales y botellas, y otro para papeles y cartones. Amablemente, les indiqué la situación del próximo contenedor de papeles y les rogué que no los siguieran tirando. El guardia me miró con una sonrisa irónica y me dijo riéndose: «No me diga» y les dijo a las fámulas que continuaran descargando sus papelotes. Cuando salí del banco quedé sorprendido al ver que de la Delegación salía otro carro cargado con más papeles. Fueron directamente al contenedor de residuos urbanos. En ese punto les afeé su conducta incívica. El guardia se retiró al portal y las dos chicas (contrariadas y a regañadientes) después de pensarlo un rato, determinaron llevar su carga al contenedor adecuado. Yo me fui disgustado a casa, ignorando qué harían con los siguientes viajes.