En los últimos tiempos han aparecido compañías con vocación de dominar el mercado del taxi. Son poderes económicos importantes a los que no les importa ser deficitarios durante algunos años, a cambio de eliminar a la competencia e instalar un monopolio o un cártel.

Los taxistas y la Administración están haciendo esfuerzos para defender al sector tradicional, pero el futuro es incierto. El sector tradicional cargan con una parte de responsabilidad, que ha facilitado su debilitación y la buena acogida de los invasores. Cuando una demanda se encuentra satisfecha plenamente apenas se pueden abrir nichos de mercado.

Los taxistas han permanecido anquilosados sin apenas renovación tecnológica durante décadas. Han aceptado mal cualquier normativa que les imponía normas en favor del cliente, aunque fueran simplemente sanitarias. Por poner algunos ejemplos, algunos siguen fumando en el interior de los vehículos, o no mantienen el interior en condiciones higiénicas, o llevan la radio como más les apetece y no siempre atienden al usuario; por otra parte, tomas un taxi y no sabes lo que vas a tener que pagar por el servicio. Esto a diferencia de esos agresivos competidores, cuyas condiciones de servicio: comodidad, discreción, atención y calidad en general; además de un precio concertado fijo, son mucho más atractivas para el cliente.

Sea esto solo una simple enumeración de lo que yo percibo como usuario (seguro que hay más), defensor a ultranza de los taxistas tradicionales. El sistema evoluciona con mucha rapidez, y ya no estamos en los tiempos en que eran un sector privilegiado. Ahora toca el mal llamado liberalismo, contra el que no hay de momento posibilidades de defensa. Sirva como toque de atención, para que además de utilizar los medios legales en defensa de sus intereses, evolucionen hacia la sociedad competitiva en la que estamos inmersos. Y para eso parece que aún queda todavía un poco.