Un año más llega la navidad. Junto a la Pascua es la fiesta más importante del cristianismo. Y los niñas y niños la celebran con esa magia propia que les otorga la inocencia. Observan y viven ilusionados como el mundo real se transforma unos dias en un mundo mágico. La navidad les abre las puertas a los sueños, a los deseos, a los anhelos. Como el niño Jesús, la magia de la navidad hace que se consideren partícipes esenciales de las famílias, que sientan la alegría interior de ser pequeños. Las niñas y niños desprenden alegría en sus rostros cuando ven las calles y plazas de sus aldeas, pueblos o ciudades iluminadas y los escaparates de las tiendas o supermercados adornados. Muestran mucha ilusión cuando montan los belenes o engalonan los árboles en sus hogares. Para los más pequeños, la navidad es un estallido de colores, suenan villancicos en cada rincón, hasta parece que las personas que te saludan lo hacen con más quimera. En televisión no cesan de anunciar los ilusionantes juguetes, y ¡claro!, unos quieren que se los traigan pronto y se los piden con una coqueta carta a papá noel y otros, un poco más pacientes, prefieren esperar a los Reyes Magos, pero cada vez encontramos más niñas y niños que envían sendas cartas a ambos, a Papá Noél y a los Reyes Magos. Es fabulosa esta tradición de la navidad: los adornos, los villancicos, las reuniones familiares; pero no debemos olvidar que el verdadero sentido de estas fiestas y, es nuestra responsabilidad como adultos, padres, educadores..., saber transmitirselo a nuestros niños y niñas que son los más sensibles y vulnerables ante este cañoneo materialista. Principalmente la família y en cierta medida la escuela es sin duda los lugares idóneos para que nuestros pequeños observen y vivencien algo diferente a lo que tienen a su alrededor. Hace unos días, en la escuela de Cedar Hill, en el estado de Nueva Jersey, en EEUU, una profesora comentó a sus pequeños alumnos y alumnas que Santa Claus no existía, es decir, que era solamente una invención, lo que provocó que el espíritu navideño de los pequeños fuera aniquilado. Toda la magia que tenían depositada los niños y niñas quedó inmediatamente hecha añicos. De un plumazo, los sueños y las ilusiones de esos pequeños se quedaron en una quimera. Como dijo Erma Bombeck: »No hay nada más triste en este mundo que despertarse la mañana de navidad y no ser un niño».