No se trata de comparar a perros con personas. Me consta que el ser humano dejó de lamerse las partes y de olerle el trasero a otros humanos hace ya unos cuantos años. Tropezarse con montones de heces a cada paso y saborear el intenso aroma de los orines cada vez que doy una bocanada de aire por la calle, no es una experiencia agradable. Es vandalismo. Algunos países exigen el pago de un impuesto a los amos. Aquí se argumentaría que el impuesto legitima a ensuciar. La culpa siempre es de los otros amos. Pero a más de uno le he visto mirar de reojo y tirar la bolsa al suelo o no recoger los excrementos. Ayer vi a un amo extendiendo por la acera los perdigones de su pequeño chucho -con la mano- para disimular la caca que había depositado. Vamos, una serie de cacas dispersas por la acera, como quien dispersa los restos de comida en un plato para disimular. En una sociedad cada vez más capitalista e individualista, el perro satisface importantes carencias afectivas. La industria se frota las patitas y el perro establece su hegemonía como símbolo de estatus en este nuevo paradigma socio-perrológico.