No volveré a caer en la trampa del juego de los bandos. Jamás. Aquel en el que ser de izquierdas o de derechas te da el derecho a defender ciertas ideas y, otras no. Ser de "izquierdas" te da derecho a defender el feminismo, la sanidad pública o la educación pública, y ser de "derechas" a ondear la bandera de tu país, a defender el libre mercado o la fiesta de los toros. Pues no. Puedes defender unas u otras opciones sin ser un don nadie, siendo mucho más lúcido que muchos aquellos que abnegados defienden los idearios de un partido político como un rebaño de corderos que siguen al pastor, sin ni siquiera haberse leído su programa electoral. He pasado ese estado infantil en el que tienes que defender a los tuyos porque sí, hagan lo que hagan. Es un sentimiento que me viene rondando de hace tiempo, pero que en estos tiempos de crisis se ha acelerado exponencialmente, como los nuevos casos de infectados por coronavirus en España, y el mundo. Qué tiempos aquellos en los que la política tenía un debate intelectual detrás, y sobre todo unos referentes políticos de verdad, que defendían causas nobles, y no la calaña que tenemos ahora en este país. No volveré a decir aquella tan repetida frase en época electoral: "Tienes que votar, es un derecho que costó mucho de adquirir", pues entiendo a aquel que prefiere quedarse en casa tocándose las pelotas antes que ir a votar a no sabe quién y para no sabe qué, porque luego, hacen lo que les da la gana. La parte positiva -espero que así sea- de esta crisis sanitaria -y política- es que saldrá un hombre nuevo, un hombre que valore más los abrazos que los "me gusta", que valore el placer de tomar una cerveza fría en una terraza con un viejo amigo, que sepa de la importancia de estar vivo, de tener una familia que le quiere, o de un techo donde cobijarse; a fin de cuentas, un hombre que sepa que el mundo es un lugar maravilloso, y efímero.