Estamos viviendo una etapa en que el distanciamiento entre personas, la falta de diálogo y la hosquedad, son factores imperantes. Fruto de la misantropía originada por el resquemor del ciudadano medio, nos estamos convirtiendo en una especie de adalid de la desconfianza y la antipatía. Vemos esto a diario, cuando en la cola del supermercado nos invaden miradas amenazantes y temerosas al mismo tiempo. Es el miedo generalizado el responsable de la separación física y el distanciamiento emocional. Lo cual es completamente lógico, pues gracias a la masiva divulgación del "marketing del terror" hemos comenzado a normalizar estas actitudes, tanto ajenas como propias. De hecho, a diario nos avasallan con ese concepto de "la nueva normalidad", intentando así normalizar una situación completamente anormal. Y aunque todo esto suene redundante, la realidad es que nos están intentando imponer una nueva realidad; "La nueva normalidad". Suena hasta poético, si poesía fuese subyugar al ciudadano€

Ya no se trata de imponer nada a la fuerza, entendiendo esto como forma de ejercer la violencia física. Hoy en día las guerras son publicitarias, lo que quiere decir que la forma de ejercer violencia es gestando la semilla del temor en nuestro propio subconsciente. Es importante recordar quienes somos, no por lo que tenemos o hemos dejado de tener, ni por que hacíamos y hemos dejado de hacer; sino por quienes somos de verdad y el valor humano que poseemos tanto en materia individual como colectiva. Naturalmente no hay que malinterpretar lo previamente citado. Es lógico guardar distancias en los tiempos que corren, pero más importante es entender que el vecino no es nuestro enemigo. No es alguien de quien se deba huir ni haya que menospreciar, no merece siquiera una mirada suspicaz. El respeto, la tolerancia y la autoconsciencia deben volver si queremos salvaguardar la losa humana.